OBRA LITERARIA

                                               BIOGRAFÍA DEL AUTOR                   
Mario Enrique Sánchez Ramírez es el nombre de pila y con el que legalmente el autor de este libro fue registrado en su querido pueblo Tecoanapa, Gro. Desde que comenzó a escribir de manera profesional, ha firmado todas sus obras artísticas con el nombre de Mario Enrique Ramírez, rindiendo honor a su origen maternal, que es con el que más se identifica, aunque cabe resaltar que siente un gran respeto y aprecio por el seno paterno.
            Nació el 7 de enero de 1985, en el puerto de Acapulco. Desde muy pequeño demostró una fuerte inclinación por las buenas costumbres, aunado a la esmerada educación que recibió en todo momento de su madre, la señora Elsa Ramírez, una mujer de origen humilde y sumamente trabajadora, además, muy devota y apegada a la religión católica, que también fue un pilar indiscutible en el acervo cultural que acompañaría al escritor a lo largo de su misteriosa vida.
            Sus primeros estudios los realizó en su natal Tecoanapa. A muy temprana edad aprendió a leer y a escribir con la ayuda de su primo José Ángel Ramírez Rizo y de sus hermanas. La Educación preescolar la cursó en el Jardín de Niños “Juan N. Álvarez”, a la edad de seis años fue inscrito en la Escuela Primaria Urbana Federal “Daniel Delgadillo” y posteriormente continuó formándose académicamente en la Escuela Secundaria Técnica No. 22 “Escuadrón 201”, culminados estos estudios sintió una fuerte necesidad de Dios y deseó estudiar en el Seminario Menor de La Arquidiócesis de Acapulco, pero por temor a abandonar su tierra, su familia y sus amigos, decidió posponer la vocación religiosa que sentía en esos momentos y asistió a estudiar la Educación Media Superior, en El Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario No. 191. Una vez terminado este peldaño formativo, tomó la firme decisión de internarse en el Seminario Mayor católico “El Buen Pastor” para convertirse en sacerdote. Este paso desató fuertes críticas para su madre a quien se le señalaba de obligarlo a tomar los hábitos en contra de su voluntad, pero esto es mentira, ya que en repetidas ocasiones, Mario Enrique Ramírez, ha compartido con quien le pregunta sobre el asunto, su fuerte amor por Dios, aunque no así por el fanatismo religioso. Sólo dos años estuvo en el Seminario, dándose cuenta, que ser clérigo no era su destino y de manera humilde, apenada y con un enorme temor a las críticas, optó por abandonarlo. Tras este trago amargo se refugió en los vicios y las malas compañías, pero su familia, amigos y profesores que lo estimaban, lo impulsaron a abandonar el mal camino y seguir preparándose, y fue así como viajó a la ciudad de México donde fue aceptado en la carrera de Medicina en el Instituto Politécnico Nacional, pero que nunca comenzó, por temor a un nuevo fracaso. En un estado de desesperación y sin asesoría alguna, presentó examen a regañadientes en la Escuela Normal Superior de México, donde también fue aceptado y comenzó a cursar la Licenciatura en Educación Secundaria con la Especialidad en Español. Durante los primeros dos años de Normal Superior se vio tentado constantemente a abandonar la carrera, pero el ímpetu, el coraje y el ejemplo de sus maestros y compañeros, lo ayudaron sobremanera a recibirse de profesor, a tal grado de amar fervientemente al magisterio durante los siguientes años y entregarle su vida por convicción.
            Desde muy joven, ha colaborado incansablemente en la noble labor magisterial y con un gran sentido, calor y calidad humana y profesional, ha impartido cátedras de Lengua y Literatura Española en Colegios particulares, pero prioritariamente en el Subsistema de Escuelas Secundarias Técnicas, en la No. 70 “Esteban Baca Calderón” y en la No. 22 “Armando Cuspinera Maillard”, ubicadas en la ciudad de México. También ha participado en Programas de Regularización Académica, tanto en el Distrito Federal, como en su pueblo natal. Actualmente sigue preparándose constantemente, estudiando Diplomados, es Corrector de estilo de documentos de diversa índole, ha dictado conferencias por parte de La Secretaría de Educación Pública, gracias a ganarse a pulso la confianza del gremio docente, por su elocuencia discursiva y la retórica bien elaborada que siempre lo han caracterizado, y que constantemente sigue mejorando para servicio de los demás. Hoy en día funge como Presidente de la Academia de Español de su Centro de Trabajo y con un grupo de amigos fue fundador y partícipe activo de la Asociación Civil Tecoanapense “EL ECO DE MI PUEBLO”, el cual lleva por lema “La Voz que clama en la Barranca”, a la cual agradece infinitamente el espacio que le conceden para la presentación su libro ante su hermosa gente y por ser sus entrañables e incondicionales hermanos y amigos en las buenas, en las malas y en otras…

La Editorial



















PRESENTACIÓN

“Debo ser un lector muy ingenuo, porque nunca pensé que los escritores quisiesen decir más de lo que dicen. Cuando Franz Kafka cuenta que Gregorio Samsa apareció cierta mañana convertido en un gigantesco insecto, no me parece que esto sea símbolo de algo y la única cosa que siempre me intrigó es a qué especie de animal pertenecía él. Creo que hubo, en realidad, un tiempo en que las alfombras volaban y que había genios prisioneros dentro de las botellas. Creo que el burro de Ballan habló, como dice la Biblia, y la única cosa que hay que lamentar es no tener grabada su voz, y creo que Josué derrumbó las murallas de Jericó con el poder de sus trompetas, y la única cosa lamentable es que ninguno tiene transcripta la música capaz de demoler. Creo, en fin, que Vidriera, de Cervantes, era en realidad de vidrio, como él decía en su locura, y creo realmente en la jubilosa verdad de que Gargantúa orinaba torrencialmente sobre las catedrales de París”.


Gabriel García Márquez











PRÓLOGO
“Necesidad es todo. Para el autor de esta obra, la literatura es una necesidad”  
Flota en torno a los textos que Mario Enrique Ramírez nos presenta, un aura de misterios insondables, en los cuales difícilmente identificamos, si quien nos escribe y narra los cuentos, los ensayos y los poemas, es un tipo religioso o ateo; un hombre con una inestabilidad emocional o alguien completamente sobrio; si es un ser que ama la vida y el amor, o que los odia con todo lo que él representa; tanto puede ser el infante consentido como el varón sumergido en la más rara soledad.
            Cuando yo lo conocí, el autor me pareció un hombre interesante pero bastante hermético, parecía ser pronunciadamente protocolario, lisonjero y en otras ocasiones, hasta irónico. En realidad, la primera vez que charlé con él, inmediatamente descubrí su acento sureño, poco citadino, pero me impresionó cuando me habló de literatura, citando libros y autores de gran valor dentro del mundo de las letras; no se diga cuando externó sus conocimientos de filosofía, me dejó anonadado al hablarme de la Mayéutica socrática, de La Transmigración de las almas de Platón, de La Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, entre muchos datos más. Pero faltaba que me dejara conocer temas que le apasionan sobremanera: la existencia de Dios, las sagradas escrituras y los textos apócrifos, sin antes decirme que fue seminarista, aspirante al sacerdocio ministerial. A partir de entonces dejaron de darme miedo aquellos labios carnosos y esos ojos sombreados por las tan pobladas cejas. Las pláticas que siguieron, siempre se desarrollaron en torno a la amenidad y la amargura de la vida. Una de tantas ocasiones hablábamos de poesía, y él me confío: “Dice un amigo mío que cuando trata de elaborar un poema, lo primero que hace es ofrecer disculpas a quienes verdaderamente escriben poesía. Yo no estoy muy de acuerdo con él. Cuando se desea lograr un poema, lo primero que se debe hacer, es comenzar a escribirlo”.
            El valor literario que se encuentra en el autor, es en primer lugar la búsqueda incesante  de un estilo propio, donde con su “Apología del vino” tira a la tasa del excusado los prejuicios humanos; con “Altar del cielo” ridiculiza la formación religiosa de un ser, que en esencia es otro. Cuando analizaba “La locura insólita”, no supe si Manuel era la persona de Jesús de Nazareth y el narrador integrado o narrador personaje, el propio escritor, éste último nunca aclaró mis dudas literarias, argumentando que sus textos son abiertos: inician, se desarrollan y terminan con la constante interpretación argumentativa del lector. Los “Versos a mi madre” son una obra elaborada magistralmente, donde se eleva el espíritu de la mujer como creadora de vida.
            Cuando a mí se me pidió escribir un prólogo que presentara el libro, el autor me dio a leer el texto y después me hizo sentir un miserable, porque yo sin merecerlo, prejuicioso, creyendo no serlo, iba a externar lo que siento por él y por su obra. Me abofeteó con guante blanco cuando después de conocer Tecoanapa, (su tierra natal en el estado de Guerrero) y la tumba de su amigo, que él disfraza con el nombre de Roberto, yo por escrito, tenía que presentarlo.
            El libro nos atrapa con sólo leer las dedicatorias: la primera, escrita en acróstico a su madre, que sin nombrarla, dice su nombre. En la segunda alude a su abuela con un tinte místico y después le hace un poema: “Isabel”, el cual refiere, lo escribió en el seminario.
            En el título del cuentario se descubre, sin ser posesivos, que “Los cuentos de la barranca”, son un retrato fiel y literario de un pasado y un futuro que se unen en el presente del pueblo y del mismo autor, un ser que sin contar en ningún momento con la asesoría paterna y la orientación profesional dentro de su familia, se ha ido abriendo camino en los arduos vericuetos de la vida y además es, sin lugar a dudas, una promesa tangible de las letras; esto no es coincidencia, es innato. Quien conoce a este escritor  puede sentirse agradecido con Dios, con el destino o con la realidad en que crea, ya que sus escritos no buscan ser lucrativos, más bien, son de introspección personal. Él, por ser contingente, tiende a ser acomplejado, soberbio quizá, muy vulnerable… pero en el fondo y no en el fondo del mar, es un tipo que sabe escuchar, interpretar sensiblemente y además, escribe…
            En los ensayos literarios titulados “Tecoanapeando”, se vislumbra al escritor preocupado y ocupado por los asuntos culturales, políticos y sociales en general de su tierra, donde la riqueza léxica de su discurso pone de manifiesto que la solución a todos los problemas del municipio no están en sus manos, pero sí en la unión popular y en la fuerza de los ciudadanos.
            El poemario “Si el tiempo pudiera volver”, fue víctima constante de la inquietud intelectual del escritor, quien le cambio el nombre muy frecuentemente, pero sin temor a equivocarme, éste último evoca a la nostalgia de la lejanía de su gente, el olor a suelo mojado, el cultivo de la tierra, la marca del chilate sobre los labios -conozco esta bebida porque el autor me lo dio a beber un día-,  de las interminables serenatas diurnas a las musas de Tecoanapa, y qué más puedo decir yo, si mis palabras nunca superarán la magnificencia de Tecoanapa.  “Nombre de flor” y “Amargo adiós” nos hacen ver que como aspirante a sacerdote, es mejor literato. En cuanto a “Tecoanapaneca”, el autor refiere que él solamente adaptó sentimientos del hombre y la mujer costeña que son y serán trascendentales en su vida. A nuestro amigo no le basta presentarnos epígrafes, dedicatorias, cuentos, poemas, pues además, nos regala dos corridos basados en hechos reales: J. Concepción Mendoza y J. Concepción Ramírez.
            Con páginas gráciles nuestro escritor nos invita a conocer parte de su obra y su tierra, como nos presenta en imagen literaria –secuencia de metáforas, para ser más precisos- al estado de Guerrero siendo matriz de la bandera nacional  y de él mismo:

“México es la sirena que me concibió en su vientre,
recostada sobre la roca sudamericana,
mirando las estrellas y las bandas rojas
que están tocando sus sienes”.
            Sólo me queda decir que el protolibro de Mario Enrique Ramírez, es de los más grandes, significativos y enriquecedores que he leído.



Alejandro Sandoval Romero
Compañero de lucha y amigo del autor






















Iba un hombre caminando por el desierto cuando oyó una voz que le dijo:
-Levanta unos guijarros, mételos en tu bolsillo, dales calor, acarícialos, hazlos parte de ti…
Aquel hombre así lo hizo. Se inclinó, recogió un puñado de piedrillas y lo depositó en su bolsa. A la mañana siguiente, vio que las piedritas se habían convertido en diamantes, esmeraldas y rubíes. Y se sintió feliz y triste. Feliz por haber recogido los guijarros. Triste por no haber recogido más. Lo mismo ocurre con la vida…

William Cunningham

Mario Enrique Ramírez

*

Cuentos de La Barranca












La locura insólita
Mario Enrique Sánchez
Recuerdo con amargo placer aquel día que conocí a Manuel, desde entonces, aquí donde estoy postrado, no lo he podido borrar de mi memoria. Todavía me acuerdo cuando él, vestido de blanco, me hablaba en aquel jardín infestado de flores, de césped y de mentes perturbadas.
Yo lo miraba con terror y con júbilo impetuoso a la vez; hablábamos poco, él me hablaba con sus ojos. Cuando se atrevía a articular palabras, me dejaba pasmado. Jamás podré olvidar aquellas palabras, que esa fresca mañana me dirigió:
-Era un día cualquiera ¿sabes? cuando decidí convertirme en sacerdote, es lo mejor que me ha pasado en la vida, estoy aquí pero nadie sabe por qué, sólo Dios, yo… y ahora tú; ya me habían dicho que vendrías. Te he estado esperando desde siempre.
Manuel me causó un temor indescriptible, al verlo con su bata blanca, atado con una camisa de fuerza del mismo color, su abundante barba y pelo negro delataban a un hombre fuerte de algo así como de treinta y cinco años; detrás de esos ojos tristes había tantas cosas que yo no entendía. Manuel se percató de mi pavor lanzando una estruendosa carcajada como mofándose de mí; después me dijo entre resacas de la risa:
-Eres igual que los demás, pero sé que me entenderás. Fueron días hermosos aquellos en la comunidad, donde todo era de todos, cuando dejamos huella imborrable en las playas de los pueblos que escuchaban el mensaje, cuando hombres y mujeres se enamoraban de mis palabras, que no eran mías, sino de aquel que me había enviado…
Absurdamente lo interrumpí, preguntándole:
-Manuel… ¿fuiste predicador religioso o algo parecido?
-Soy pastor de almas,  un guía espiritual, ¿necesitas de mí?, mi yugo es suave y mi carga es ligera…
-No, yo no creo en Dios, mucho menos en sacerdotes.
-Entonces ¿a qué has venido?
-Vine para conocer otros mundos
-¡Ah, ya entiendo!, quieres conocer el mundo divino, que no te ha sido revelado.
 Me quedé atónito ante tales razonamientos. Después me besó la mejilla con sus labios helados y tendió su brazo derecho sobre mis hombros, conduciéndome al parque principal donde todos lo esperaban. Si momentos antes estaba anonadado, ahora estaba muerto cuando aquella gente fervorosa, forzada por el blanco besaba cualquier parte corpórea de mi acompañante. Manuel me hizo sentar a su derecha, mientras él oficiaba una especie de ceremonia, donde se bebía un líquido de color sangre y se comían panes ázimos. Entre los asistentes estaban cinco mujeres y dos hombres, que no participaban del rito, sólo cuidaban el impresionante escenario, a la vez que me hacían señas, indicándome que permaneciera tranquilo.
Cuando todo terminó, Manuel mojó su dedo pulgar con saliva, hizo un signo en mi frente y me dijo sonriendo:
-Ya eres de los nuestros.
-No entiendo amigo, creo que “me estoy volviendo loco…”
-Sí, así nos llaman sólo porque se nos ha confiado la verdad. Cuando estés solo te acordarás de mí y comprenderás todo.
En ese instante volví a morir a la vida…
Desperté en un cuarto de hospital, rodeado de sondas, de médicos, de enfermeras y recordé aquellos gritos desesperados:
-¡Sálvenlo!
-¡Se nos va!
Estando ya en casa, mi madre me dijo que habían pasado siete meses de mi visita al sanatorio psiquiátrico, cuando caí en éxtasis y me rescataron de las fauces de la muerte. Físicamente estaba perfecto, pero algo revoloteaba en mi mente, yo no sabía qué era, no me acordaba de lo vivido meses atrás.
Un domingo de invierno estaba leyendo en la biblioteca de mi casa, cuando escuché mi nombre, la voz que lo pronunció no me era desconocida. Manuel estaba allí mirándome, sus palabras fueron las más eternas que había escuchado en mi vida:
-Bienvenido, ahora sí ya eres de los nuestros.
Desde entonces me veo vestido de blanco, forzado, con mi pelo enmarañado y mi barba abundante, tendido sobre mi escritorio, sumergido en un sueño del cual no he podido despertar.










Altar del cielo
Mario Enrique Sánchez
En un pueblo de la costa del sureste mexicano vivía un muchacho llamado Luis, quien desde pequeño asistía a la parroquia para ponerse al servicio del sacerdote de la comunidad. En la escuela sus amigos le decían el Coco, ciertamente por sus habilidades para el estudio, pero además por ser muy cabezón.
            Vivía con su mamá y su tía Matilde, de quien se advierte heredó la monumental cabeza. El muchachito era muy travieso, distraído y apasionado por el deporte, ¡ah Pero eso sí!, cuando se trataba de chicas, se ponía rojo como un jitomate y las piernas le temblaban como las patas de las sillas destartaladas que hacía el esposo de su tía cuando estaba borracho. Pese a su timidez ante el sexo opuesto,  nadie se imaginaba que aquel tierno chiquillo que ayudaba al padrecito en las misas dominicales, era poseedor de toda una biblioteca erótica, pues era todo un adolescente que percibía cambios en su cuerpo, pero como no contaba con la orientación paterna para resolver sus dudas sobre la sexualidad, además le daba pena preguntarle al tío Poncho, que siempre “andaba en el agua” y solía ser muy indiscreto; tampoco le preguntaba a su mamá y mucho menos al padre Juan, pues temía que lo excomulgara y ya no compartiera el generoso diezmo con él.
            Cierto día llegó al pueblo un matrimonio joven; el hombre era vendedor de aparatos electrodomésticos: era un tipo alto, moreno claro, de complexión robusta, llamado Miguel; su esposa se llamaba Araceli, rindiendo honor a su nombre, aquel “altar del cielo” era una toda una musa, bellísima, alta, de piel clara, sus ojos verde-azules desorbitaban a cualquier caballero que le saludaba; sus rizos rubios y sus delineados labios rojos invitaban a cualquier cristiano a olvidarse por completo del noveno mandamiento de la ley de Dios; sus exuberantes y bien formadas curvas corporales paraban o hacían chocar los pocos carros que circulaban por las estrechas y embachadas calles de aquel pueblito costeño.
            Como es típico en las comunidades chicas, el infierno es grande, pues la gente tiende a involucrarse en asuntos que no son de su incumbencia, así pues, pronto se dieron cuenta que el matrimonio del vendedor  y su escultural esposa, no era muy feliz, pues Miguel era muy borracho y violento, además descuidaba mucho a su pareja.
            Cierto día, Luis llevó un recado de la caseta telefónica precisamente a la casa que rentaba el polémico matrimonio. Eran como las cinco de la tarde cuando llegó el muchacho, tocó la puerta y tal fue su sorpresa que aquella despampanante mujer lo recibió, a la vez que le sonreía muy coqueta, lo cual provocó que al Coco le quedara la boca como la forma de su cabeza, y extremadamente abierta como una gran O.
            -Pásale, ¿Qué se te ofrece?
            - Bu, bu, buenas tardes, aquí le, le, le traigo un re, re,  recado de la caseta de teléfonos.
            - ¡Gracias, que amable!
            Por su manera de expresarse, el Coco se dio cuenta que Araceli no era costeña, pues tenía un léxico muy fino, además de una voz que emanaba sensualidad.
            Todos en el pueblo cuchicheaban de la mujer: los hombres porque añoraban estar aunque sea un instante a su lado y las mujeres estaban celosas pues se sentían como pan caducado al que nadie se quiere comer.
            En una ocasión, se festejaba en el pueblo una fiesta de quince años de una amiga del Coco y vecina de Araceli, por lo que los dos asistieron a la fiesta.
-¡Ya vieron qué buena está esa vieja!- dijo Javier, uno de los cuates más cercanos del Coco y así consecutivamente surgieron comentarios sobre la mujer que lucía un enigmático vestido negro, como la penumbra de aquella noche inolvidable.
            De pronto un borrachín se acercó a la mesa de Araceli y sin decir “agua va”, se atrevió a dirigirle un vulgar piropo:
             -¡Tanta carne y yo chimuelo, mamacita!
            Lo que era de esperarse incomodó a todos y desató la furia de Miguel, quien se puso en pie rápidamente para propinarle tremenda golpiza al atrevido borrachín; así se armó la trifulca, comenzando a pelearse hasta los que no tenían porqué hacerlo.
            Araceli por su lado se retiró presurosa con una vecina muy allegada a la familia. Un rato más tarde la bella mujer mandó a su vecina que llamara a Luis. Cuando el jovencito recibió el mensaje, no se la creía, preguntándose:
- ¿Qué ha de querer? ¿Y a solas?...
            Pero bueno, haciendo a un lado su timidez se dirigió a donde estaba aquel oasis divino. Cuando estuvo frente a ella, ésta le dijo:
            -Luis, desde que te conocí me has gustado mucho, ven, tócame, bésame, ándale, no seas tímido… ¿no te gusto?
            El Coco estaba pasmado, pues a pesar de ser bien parecido, a sus diecisiete años no había tocado a una sola mujer. Ésta se dio cuenta de la inexperiencia del joven y fue ella quien tomó la iniciativa, seduciéndolo hasta el extremo: lo acarició, lo besó y después se desprendió lentamente su vestido negro dejando al descubierto sus bellos y majestuosos senos, portadores de unos pezones de color rosa impresionantes capaces de hipnotizar a cualquier varón sobre la faz de la tierra.
            El Coco recordó toda la pornografía que había pasado por sus sentidos y de pronto acercó sus labios a los pechos tersos de aquella Venus celestial. Tal hecho los llevó a la gloria, consumiendo sus candentes y sudorosos cuerpos en uno solo hasta alcanzar el éxtasis, despidiendo un olor vulgar, pero sin lugar a dudas, el más agradable que se haya percibido sobre el planeta.
            Días después, Luis confesó su falta ante el padre Juan, quien le recomendó alejarse del pecado y reparar su error, por lo cual como penitencia tendría que rezar mil Padres nuestros y mil Aves Marías, para alejar las tentaciones de Satanás. Cuando salió del templo se dirigió a su casa, pero en el camino se encontró con el pecado encarnado en aquella mujer casada, quien lo sedujo nuevamente y lo llevó al río que está a las afueras  del pueblo, donde nuevamente volvió a caer en los brazos de esa fémina que representaba el infierno y la gloria al mismo tiempo. Luis no había ni siquiera empezado la penitencia.
            Días más tarde, el Coco se fue a un viaje escolar, pero ¡sorpresa! Pues cuando estuvo de regreso, buscó a Araceli y lo único que encontró fue la casa vacía. Después preguntó a los vecinos por el matrimonio, argumentando que llevaba un recado de la caseta. Una señora como de unos setenta años le dijo:
            -Esta casa lleva más de dieciocho años abandonada, tú ni nacías, pero según sé, vivió en ella una mujer, que se la pasaba encerrada, dicen que había perdido la memoria, pero no estaba loca, nomás no se acordaba de su pasado y de su nombre, por lo que las pocas personas que la conocimos la llamamos Ángela, por su semblante y su belleza de ángel, pero después de una terrible tormenta nunca más la volvimos a ver.
























Los papás de Rafael
Mario Enrique Sánchez
Aquel verano, estaba cayendo la tarde cuando acompañé a mi abuelo al campo, como tantas veces lo hice. Vivo con él y con la abuela desde que mis padres murieron, yo ya ni me acuerdo de ellos, pero a mi corta edad, algo me dice que su muerte fue muy extraña, pues en primer lugar, después de aquella tragedia mis abuelos y yo nos vinimos a vivir aquí, al Porvenir, un lugar muy pequeño y muy austero, cerca de Michoacán, cuando en realidad somos de un pueblo de la Costa Chica de Guerrero, del cual desconozco el nombre, sólo sé que está casi pegando con Oaxaca; por si fuera poco, no guardo ningún recuerdo de aquellas personas que me trajeron al mundo: ni una foto, menos una anécdota y eso que mi abuelo es bastante platicón, por eso, desde que el profe René me dijo que cuando ignorara algo, debería investigar con mucho cuidado para conocer la verdad, siempre que puedo, busco sacarle la sopa a mi viejo, quién quita algún día se le suelte la lengua de más y me cuente de mis padres, no como siempre que evade mis preguntas con sus historias, que aunque parecen simples cuentos pueblerinos, para mí son muy interesantes, tanto que me emboban y me hacen olvidar de mi principal objetivo en ese momento, pero no me rindo.
            Pues bien, esa tarde que acompañé a mi abuelo al terreno donde sembramos maíz y jamaica, por el camino me contó que en su pueblo natal, además de ser campesino, también era enterrador de muertos.
            -Así es Rafita, yo enterraba a todos los muertos, los familiares dolientes me buscaban pa’ ir a dar el doble al campanario y después sepultar a sus difuntitos. Cada muerto tiene su historia chaparro, yo conozco casi la de todos: de los ricos, pobres, niños, ancianos… ¡ah¡ pero las más interesantes son las de los enamorados. A veces, me llamaban pa’ ir a platicar con ellos, se me hace que tenían frío allá abajo, o miedo, porque me decían que adentro de los cajones está muy oscuro y ellos tan solitos, pos nomás imagínate.
            -Oye abue, tú estás loco de remate, cómo crees que los muertos platicaban contigo, ya déjate de de tus cuentos, porque ahora no me vas a envolver, mejor háblame de mis papás, dime ¿quién de ellos era tu hijo?
            La reacción del viejo fue muy extraña, porque se quedó pensativo, quiso contener el llanto, pero una lágrima que rodó por su mejilla lo traicionó y me dijo con una voz triste, entrecortada, desconocida hasta entonces para mí.
            -Sólo déjame contarte una historia de dos enamorados y después te digo todo lo quieras saber.
            -Está bien abuelo, esperaré con ansiedad, escuchando esa historia.
            Su relato inició de esta manera.
            -Un muchacho de mi pueblo quería mucho a su novia y ella no se diga, lo adoraba; eran la pareja más bonita que he visto en mi vida, pero tenían hartos problemas como no te puedes nisiquiera imaginar, yo creo que el destino fue muy cruel con ellos, pues los dos merecían lo mejor de este mundo. Los papás de la señorita Lucía, eran muy ricos, casi los dueños de todo el pueblo y no consentían el noviazgo de su única hija con Rafa, que como ellos decían era un pobre muerto de hambre y además, bastardo; pero esas no eran razones de peso, porque el muchacho era bien trabajador, siempre al cuidado de su mamá con quién siempre vivió sin conocer a su padre. Un día Rafael me confió que él y Lucía se iban a fugar para lograr ser felices, yo le ayudé pa’ que se escaparan. Fue una madrugada de navidad  cuando los novios huyeron, su intenso amor sin ataduras duró cerca de diez meses, durante los cuales consumaron aquel sublime sentimiento, donde se funden la ternura  y la pasión desenfrenada en uno mismo, cuando un hombre y su amada se abandonan al amor para encontrarse el uno en el otro. Pero el padre de la novia que era muy influyente en todas partes, amenazó de muerte a la madre de Rafael e hizo que una tropa de militares y policías del pueblo buscaran sin descanso a los enamorados, dando la orden de rescatar a su hija y encarcelar de por vida al muchacho.
            -¿Y cómo los encontraron abuelo?
            -¡Ay mi hijo!, pos la señora de la posada donde se quedaron a dormir una noche, avisó a los militares, todo por recibir una méndiga recompensa.
            -¿Y qué pasó después?
            -A Rafael se lo llevaron lejos y dicen que enloqueció de amor en la cárcel, cuando le dijeron para torturarlo que su novia se iba a casar con un capitán del ejército. Pero eso no es todo, pues el día de la boda, unas horas antes de celebrarla, encontraron a Lucía colgada de un sostén de su habitación donde permanecía encerrada, estaba  suspendida en el aire con una soga en el cuello y una nota en el pecho que decía: “Rafael te estaré esperando por siempre”.
            -Y Rafael, ¿ya no supiste nada de él?
            - Como a un año de la muerte de Lucía se presentó por la noche en mi jacal, se había escapado de la prisión, a tu abuela Enedina y a mí, nos espantó al verlo, estaba muy descuidado físicamente, con su barba muy crecida, flaco, demacrado, muy golpeado, herido en el alma… me dijo que no quería que su madre lo viera así y me encargó que le avisara que él estaba bien. Como ya sabía de la muerte de Lucía, esa noche ya no platicamos de eso, como era ya muy tarde, nos acostamos a dormir… pero como a las cinco de la mañana, me di cuenta que Rafael ya no estaba, esperé a que amaneciera y lo busqué por todo el pueblo, pero todo fue en vano, el muchacho también se había ido.
            -Abuelito, ¿nunca más supiste de Rafael?
            -Eso creía yo, pero  meses más tarde, después del entierro de un compadre, me quedé en el camposanto, pues yo quería mucho al difunto, allí me agarró la noche, estaba bien oscuro, cuando oí que me hablaban… era la voz de Rafa, me hablaba desde de la tumba de Lucía, cuando me acerqué, me di cuenta que estaba forzada, como que alguien la había abierto, quité la tierra suelta de encima y levanté la tapa del cajón, descubriendo terriblemente el cuerpo putrefacto de Rafael empezando a descomponerse, abrazado fuertemente al esqueleto maloliente de Lucía vestido de novia, con flores de azar en el horrible cráneo; todavía alcancé a distinguir los labios agusanados de él unidos a lo que antes fue la boca de ella… yo casi me desmayo de la impresión, pero sabes mi nieto, a pesar de la crueldad inmerecida de sus muertes… ellos aún viven.
            - Sí, en realidad no merecían terminar así… pero abue, ¿ahora sí me vas a contar de mis papás?
            -Mañana te llevaré a donde están ellos.
            Salimos del Porvenir cuando caía la tarde, mis abuelos y yo nos dirigíamos muy tensos a nuestra tierra natal. Llegamos a ese pueblo de la Costa Chica como a las seis de la mañana e inmediatamente nos fuimos al panteón, nos detuvimos frente a una tumba que tenía un epitafio que decía: “con nosotros fallaron las palabras, nisiquiera la muerte nos ha separado”, entonces el viejo me dijo:
            -Esta tumba es diferente a las demás.
            -¿Por qué abuelo?
            -Porque en todas las tumbas, en cada una, sólo hay un cadáver, pero en ésta que tienes ante ti, hay dos… Lucía y Rafael.


Carta a Roberto
Mario Enrique Sánchez
El día que nos abandonaste, yo no estaba en el pueblo Roberto, te acuerdas que había decidido convertirme en sacerdote; pues precisamente aquella madrugada del treinta de noviembre estaba en el seminario, sumergido en mis oraciones y en mi tiempo de guardia ante el Santísimo Sacramento. Mientras que yo rezaba solo, tú y los camaradas cantaban las mañanitas a Pepe por el día de su cumpleaños, no creas que no me acordé y no te imaginas cuánto deseaba unirme a sus voces en esos momentos, para felicitar al cuate, para abrazarlos a todos: al Gato, a Daniel… pero no sé por qué a ti Beto, con mucho más afecto, quizá presentía que esa tarde nos ibas a dejar.
            Eras tan alegre hermanito, pero a menudo te pasabas de la raya, no podías pasar por alto ni tan sólo una semana sin beber alcohol, sin pelearte con personas que muchas veces ni tenían la culpa de tus desenfrenos, de tus problemas… en los bailes del pueblo eras muy popular, en cuanto a ser un conquistador de etiqueta con las mujeres y un terrible verdugo de la mayoría de los varones. A pesar de tu carácter altanero, tenías buenos amigos, tantos como enemigos, pero también sabías respetar, cuando alguna persona que te estimaba, te reprendía, ahí tenías los consejos de tu mamá, de la mía, de tus amigas.
            -Roberto, ya no tomes tanto, porque luego buscas problemas y un día de estos te puede ir mal.
            Tal parecía que a ti te entraba por un oído y te salía por el otro. Cuando me pongo a pensar en nuestra flota, es inevitable que no me acuerde de tus groserías, pues como todo costeño, eras un lépero tremendo, pero como en el pueblo ya te conocían, ni se extrañaban de tu comportamiento. Muchas personas me decían que no me juntara contigo, que eras una mala compañía y que al paso que ibas, tendrías que terminar muy mal.
            Cuando leas esta carta, de seguro te vas acordar del Perico, aquel pobre muchacho descargador de abarrotes, que casi matas a golpes en la cantina de don Nacho, nomás porque te contradijo en algo y la verdad, el Perico era bien metiche y pues si no te lo quitamos, yo creo que sí lo hubieras matado. Eras bárbaro Roberto, pero no sé que tenías, que a pesar de ser violento, te dabas a querer, mira que hasta con los que te peleabas, después te sentabas a beber y se hacían amigos.
            No sabes cuánto siento no haber estado contigo por aquellos tus últimos días en el pueblo, lo supe todo hasta que llegué a mis vacaciones. Cuando te busqué entre todos nuestros amigos, sólo encontré en ellos, sus ojos llenos de dolor, de llanto, de impotencia… no pudieron detenerte.
            Cuando fui a visitar a tu mamá, ella me dijo que aquel sábado te levantaste como a las cuatro de la madrugada, para ir con los cuates y las chavas a felicitar a Pepe. Después tu novia me refirió todo lo sucedido; que empezaste a tomar desde muy temprano con Daniel y El Gato, que luego de terminar las mañanitas y tomar chocolate con pan, se fueron los cuatro: Pepe, Daniel, Gato y tú, a la cantina de “La Pasadita”, donde pediste a las muchachas que atendían, que despidieran a los demás borrachos, porque querías que sólo los atendieran a ustedes, en honor al cumpleañero. Entre los que querías que se fueran estaba El Húngaro, aquel chiapaneco serio, que si no mal recuerdo, ya había tenido problemas contigo, pero se dirigió a ti, para decirte que los dejaras tranquilos, que no querían problemas… tú no te diste a entender y terminaron peleándose. El pobre chiapaneco, dicen que quedó irreconocible, que te hartaste de golpearlo y le dijiste que se largara, que no lo querías ver, que si volvía lo ibas a estar esperando para propinarle otra golpiza. Habías triunfado Roberto, una vez más no te pudieron, eras invencible, seguiste tomando y haciendo alarde de que no había un hombre que te desafiara…eras el mejor.
            Ya como al medio día, cruzaste el jardincito de “la pasadita” donde había árboles de limón, para meterte al baño, mientras los demás te esperaban platicando lo sucedido. Estaban entusiasmados con la charla y oyendo música fuerte, como les gustaba a ustedes, cuando de pronto escucharon un grito ahogado que los hizo levantarse de la mesa de cantina para ver que pasaba, sólo alcanzaron a ver que aventaste un tabicón de cemento a la frente del Húngaro, que huía de prisa casi arrastrándose, con el rostro desfigurado, mientras que de tu pecho brotaba una fuente de agua roja y cuando tu cuerpo tocó completamente el suelo, con amargo dolor corrieron a abrazarte, al tiempo que veían como tu sangre se filtraba entre las calles empedradas de nuestro pueblo.


Equivocación criminal
Mario Enrique Sánchez


Santiago Andrade era un profesor de literatura muy dedicado a su labor docente. Parece que fue ayer cuando egresaba de sus estudios superiores; recuerdo muy bien cuando me invitó a su fiesta de graduación.
            -Vamos, te vas a divertir- me decía entusiasmado- después de mi examen profesional nos vamos al salón de baile, ándale ya ves que mi madre no va a poder estar conmigo, está muy enferma y no tiene dinero para viajar hasta la ciudad.
            El tipo me dio algo de ternura, pues creo que en realidad sí me consideraba el mejor de sus amigos. Sin lugar a dudas se sentía solo, siempre fue taciturno, con aire solitario, muy noble, muy entregado a la cultura, en fin… era un gran hombre. Desde ese día fui para él y él para mí, más que un amigo… un hermano. Durante la noche de fiesta y copas, hicimos un pacto: quien estuviera vivo el día que muriese el otro, le llevaría mariachis hasta la tumba, para celebrar el paso a una mejor vida, a rendirle tributo a la santa madre tierra.
            El día que lo iban a matar, fue un día como todos, no tenía nada de particular: se levantó a las seis de la mañana para dirigirse a su primer centro de trabajo: una secundaria donde impartía clases de Lengua y literatura española. Estuvo con los estudiantes de distintos grupos desde las ocho de la mañana hasta las hasta las dos de la tarde, cuando recibió una llamada de un sindicato de profesores que le informaba que pasara a la sucursal bancaria “X” para cobrar una fuerte cantidad de dinero en calidad de beca que le otorgaba el gobierno federal, aunado a un préstamo para la adquisición de su casa propia en la ciudad de México.
            No fue una casualidad que Tiago hubiese recibido el informe en su teléfono móvil precisamente cuando terminaba de dar sus clases, pues debo aclarar que siempre que estaba frente a grupo o en alguna otra labor intelectual, solía desconectarse del mundo para no distraerse, decía él; también creo que no está de más decir que este amigo mío se negó por durante casi tres años a utilizar  la telefonía celular, pues a menudo me decía:
            -No mi buen Paco, yo no voy a usar esas cosas porque sería un error de mi parte caer en el sistema capitalista, que nos absorbe sin darnos cuenta por medio del consumismo insaciable.
            -Pero ya no es un lujo Santo Tiago –así le decía yo, sin utilizar el apócope con que iniciaba su nombre; lo tomábamos como un juego lingüístico- tristemente para ti y para mí, no para el sistema en que nos tocó vivir, estos medios de alta tecnología se han convertido en una necesidad. Por qué crees que tus alumnos se desesperan cuando quieren localizarte y simplemente no pueden porque no le has entrado al tiempo, con todo lo que éste implica.
            -Puede ser, quizá sólo es falta de costumbre, créeme que lo voy a considerar.
            Se pasó tres años considerándolo. Era muy terco, tanto que su terquedad llevó a sus asesinos a maldecirlo por haberles estropeado el golpe maestro.
            Tiempo después de su muerte me di a la tarea de investigar alguna causa que explicara cómo se enteraron los malhechores de la transacción bancaria que haría el maestro Andrade. Creo que lo llegue a saber. Mientras Santiago llevaba a cabo con su grupo en turno un minucioso, pero divertido análisis de las aventuras de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha, el sindicato que no pudo comunicarse con él, optó por llamar al teléfono de la escuela pidiendo que avisaran el motivo de la llamada al profesor de español Santiago Andrade. Nunca supe quién recibió la llamada, creo que fue lo mejor para mí, porque eso me hizo llegar hasta esta etapa de mi vida sin odios ni rencores contra quien o quienes planearon el plagio que terminó en la muerte de mi mejor amigo.
            El día anterior a su muerte, Santiago me pedía puntos de vista sobre cómo concebir la novela de Cervantes, el más grande legado de nuestra lengua española. Él y yo, compartíamos un amor apasionado por la literatura, hasta el punto de crear un club que atendíamos entre el ocaso y la luna, que acompañaban nuestras disertaciones literarias. Ese día despedimos más temprano de lo acostumbrado a los compañeros de la peña, para organizar juntos un plan de clase,  material didáctico y audiovisual para reforzar nuestras cátedras y a la vez, para que él las llevara hasta el aula, logrando acercar a los chicos a la buena lectura sin la absurda necesidad de aburrirlos. Digo necesidad, porque parece que muchos profesores gozan con hacer sufrir a los estudiantes y por ende aburrirlos. Debo ofrecer disculpas a la modestia, pero nuestros trabajos quedaron excelentes. Ese fue el último día que nos vimos.
            Cuando Tiago recibió la noticia de la beca y su préstamo, se mostró demasiadamente tranquilo, lo supe porque le mande un mensaje de texto y él me lo contestó contándome todo  sin inmutarse:
            -Qué pasó Santo Santiago, nos vemos al rato en el club y me cuentas que tal aceptaron tus estudiantes el proyecto de acercamiento al Quijote.
            -Voy a pasar al banco, me van dar una beca y un préstamo, si hay mucha gente no voy a esperar, ya iré otro día. Nos vemos más tarde y te platico todo.
            Efectivamente, según me contaron algunas personas de la sucursal - fuera de la cual fue el escenario del crimen- Santiago estuvo muy poco tiempo dentro del inmueble, pues al ver  la cantidad excesiva de gente en espera de sus operaciones bancarias, decidió retirarse sin cobrar un solo centavo de la grandiosa suma de dinero que lo estaba esperando.
            Dicen los vecinos del lugar, entre ellos comerciantes ambulantes, policías y restauranteros que cuando mi amigo salió, sin dejarlo casi respirar, lo abordaron tres hombres fuertes que lo golpearon y lo tuvieron que impactar con dos armas de fuego, porque se negaba a soltar su portafolios. Teniendo el móvil de sus acciones en su poder, los delincuentes huyeron y durante casi una hora fueron perseguidos por la autoridad, hasta arrestarlos heridos de muerte, no sin antes quedar estupefactos tanto ellos como todos los que conocimos la historia, de las dos sorpresas inesperadas: la primera fue que se supo que uno de los agresores era padre de un alumno de Santiago y la otra, que el elevado monto monetario que esperaban encontrar en el portafolios  no era otra cosa que un plan de clase del día, material de lectura y otros recursos didácticos muy bien cuidados para enseñar a los estudiantes el amor por las aventuras de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha.









Matilde
Mario enrique Sánchez
“Yo la quise es cierto, pero aun la quiero, aunque sea mentira”, repetía constantemente el eco lúgubre que infestaba toda la sombría choza de varas, lodo desgastado y techo de láminas de cartón roto. ¡Ay, san Jerónimo!, quién cambió tu figura lozana por un horripilante cráneo, que hacía las veces de una especie de sortilegio, junto a una botella de aguardiente y un pan de huevo maloliente no comido días atrás, quizá semanas; no lo sé, quizá hasta lo horneó ella cuando la conoció; o también es posible que alguno de los samaritanos del pueblo, después de escuchar la misa dominical, se compadecieron de su miserable suerte, postrado en un petate inmundo, que acogía el miserable cuerpo de aquel hombre que ocultaba su cara bajo un trapo negro bastante infernal, y a quien todos en el pueblo llamaban “El Capitán”. Atrás habían quedado sus años mozos en la vida disoluta y parrandera, cuando la buena fortuna y el amor le sonreían a cada paso que daba. Era todo un hombre, ni alto, ni chaparro, ni bien ni mal parecido, cabello negro y demasiado grueso, ojos pequeños y sombreados por las tan pobladas cejas, nariz aguileña y unos pronunciados labios de cobre; ese era el capitán Ulises Bernal, gallardo y airoso dejando amores a su paso, hijos incluso, que después serían llamados bastardos o achacados al cura, al maestro o al cacique del pueblo; que más daba, lo importante era divertirse a costa del dolor ajeno, lo importante era vivir, vivir, vivir… vivir lo que san Jerónimo no podrá  sepultar jamás.
            -Salud amigos- dijo el capitán, en un tugurio de mala muerte en el pueblo que lo acompañaría hasta el final- por el gusto que me da pasar por pueblos llenos de hembras hermosas.
            -¿Por quién lo dice en especial mi capitán?- Interpeló el sargento Chacón, un tipo de aspecto enfermizo, mal encachado, que era como su perro guardián, al cual le atravesaba una cicatriz asquerosa que iba de la frente a la barbilla, y que según se decía, la recibió por salvarle la vida al capitán Bernal en una riña, nadie supo si fue en batalla o en algún prostíbulo.
            -Pues por la Matilde Chacón- contestó Ulises Bernal- esa mujer nomás va ser para mí.
            Chacón sonrío maliciosamente, como burlándose de los ahí presentes.
            Matilde era entonces una jovencita, dueña de los ojos de musa más hermosos que jamás se hayan visto en san Jerónimo; bajo las frágiles telas que le cubrían el dócil pecho, se empezaban a adivinar el nacimiento de dos finos y pequeños volcanes; morena clara, de rizos negros exquisitamente sedosos y definidos, su nariz era una joya esculpida con el mayor decoro y sus delineados labios rojos, cuando se abrían musitaban la voz de ángel de la que era poseedora. Dedicada siempre a las labores domésticas, que alternaba con sus clases de catecismo en la parroquia de san Jerónimo, no tenía ni tiempo, ni ojos, para fijarse en los muchachos del pueblo, menos en los fuereños, que eran en su mayoría militares, y de los cuales se sabía de su mala fama de burladores de mujeres por todos los pueblos por donde pasaban.
-Buenos días, Matilde- dijo una mañana el capitán Bernal acompañado como siempre por Chacón, al encontrarse a la chiquilla por la calle- ¡qué bonita amaneció!, ¿por qué tan solita?
-Buenos días capitán.
Y la chiquilla pasó de largo, dejando al capitán, el cual pareció, quería seguir la conversación.
Durante los tres meses que estuvo instalado el cuartel en san Jerónimo, el capitán no encontró la manera de seducir a la jovencita, hasta que una tarde antes de partir, confesaba furioso su impotencia ante el sargento Chacón, el cual, con su desagradable voz ronca, le aconsejó lo más perverso que el capitán pudiese imaginar.
-Pos no queda de otra Ulises.
-Ya te he dicho mil veces que no me tutees, pedazo de animal.
-¡Ah, chinga, chinga!, pos si somos hermanos ¿qué no?, además en público nunca lo hago.
-Tú eres un bastardo pendejo, y si estás aquí es por mí y por mi madre, que mi padre nunca te reconoció ni a ti, ni a la puta que te parió.
-Ta’ bien mi capitán, nomás acuérdese quién le salvó la vida.
Un silencio macabro y tenso se adueñó del ambiente en aquel espacio del cuartel. Después el capitán Bernal más tranquilo, dijo al sargento:
-Anda pues, mejor ya dime tu idea, con respecto a Matilde.
-Pos mire mi capitán, si la chamaca nomás no quiere, hágala suya a la fuerza.
-Pero yo la quiero bien Chacón, me gusta rete harto esa potranca fina… ya sé, una compañía se va a quedar unos día más y yo voy hacer que tú te quedes, para que me la cuides, y me la encamines, yo voy a regresar luego, y al que veas que se le acerque… pues te lo quiebras.
-Pero como que yo le voy a dar miedo a la chamaquita, por esta pinche cicatriz.
-Nomás la vas a cuidar sin que se de cuenta, y de vez en cuando le vas a llevar unos regalitos de mi parte.
Eliseo Chacón supo entonces donde vengarse de tanto desprecio por parte de su medio hermano Ulises. A pesar de ser el mayor, su padre el viejo Bernal, nunca lo reconoció como hijo legítimo, y siempre estuvo en la sombra con su madre, a la cual despreciaba y abandonó muy joven para ingresar como soldado raso al ejército, donde conoció a Ulises que era militar de carrera y le confesó su identidad. Desde entonces Ulises lo tomó como su guardaespaldas y para satisfacer la necesidad de siempre hacer menos a alguien.
Durante una semana Chacón observó cuidadosamente todos los movimientos de Matilde: la hora de ir al molino, de ir por el cacao, de llevar el almuerzo y la comida al campo a su pobre padre, la hora del catecismo, el tiempo que ocupaba en ayudarle con la costura a su madre, todos y los distintos mandados al caer la tarde e iniciar la noche, en fin, estaba más que trazado el plan del hombre de la cicatriz en la cara.
Una noche, al cruzar Matilde por el callejón de los almendros, cuyas paredes estaban cubiertas por bejucos, sintió una sombra que no era precisamente la suya y que la llenó de escalofríos. Era el sargento Chacón, fumando un cigarrillo de marihuana, lo supo Matilde por la vulgaridad del olor.
-Buenas noches Matilde, como dijeran mis superiores “¿a dónde tan solita?”
-Bu, buenas noches- contestó tartamudeando Matilde, al vislumbrar a la luz de la luna, la fiera cicatriz que atravesaba el rostro del sargento.
-No tengas miedo muñeca, si nomás te voy a dar el besito de buenas noches.
Y diciendo esto se arrojó sobre la muchacha abrazándola fuertemente contra su cuerpo, a lo que la muchacha se resistía con todas sus fuerzas, golpeándolo, pero él, a cada golpe, reía con malicia. La joven comenzó a gritar desesperada pidiendo ayuda, por lo que el infeliz soldado la desmayó de un golpe para lograr su objetivo: gozó como animal en celo robar la virginidad de una hermosa doncella, y ésta, con terrible horror, sentía, reponiéndose del brutal golpe, cómo la carne de aquel repugnante hombre se hundía en la suya a cada frustrante empellón. Cuando aquel acto de barbarie hubo terminado, Chacón dijo amenazadoramente a la joven:
-Mucho cuidado con decir algo de esto, si no quieres que mate a tus padres; además, cuando llegue el capitán Bernal harás caso a sus pretensiones, te casarás con él, deshonrada ya por mí, pero le diremos que si en la noche de bodas no manchas la sábana, es porque un caballo te tiro un mal día en el campo.
Matilde se fue corriendo y llorando a su casa, al llegar se llenó de vergüenza de ver a sus padres a la cara, se refugió en un rincón a llorar amargamente en silencio durante toda la noche y las que siguieron.
Sucedió que después de un mes el capitán Bernal estuvo de regreso, y fue tal su sorpresa que el sargento Chacón le tenía excelentes noticias con respecto a Matilde, le dijo que había hecho todo lo que le dijo y que además la muchacha le correspondía. Con todo su orgullo militar, Bernal la visitó y después de comprobar lo dicho por el sargento, pidió en matrimonio a Matilde y al poco tiempo se casó con ella, pero la noche de bodas, haciéndola suya casi por la fuerza, se dio cuenta que Matilde no era doncella,  la golpeó salvajemente al darse cuenta que se habían burlado de él. Cuando el regimiento militar partió de san Jerónimo, Bernal se fue junto con Chacón y nunca más se supo de ellos por el pueblo.
Mientras tanto Matilde se restablecía en su casa, con el apoyo de sus pobres padres, de sus amigas, de los niños del catecismo y de la gente que la apreciaba por su amable carácter. Nadie en el pueblo hubiese imaginado que la bella Matilde quedara en estado de preñez.
Efectivamente y antes del tiempo previsto, a siete u ocho meses del suplicio vivido en silencio, Matilde dio a luz al único hijo que tuvo en su vida, y a quien dio por nombre Francisco, por haber nacido el cuatro de octubre, día de san Francisco de Asís. Al caer en la cuenta, no sabía qué apellido ponerle, pero para no quedar en evidencia, pensando en sus padres y en el futuro de su hijo, lo llamó Francisco Bernal. Lo hizo porque en las actas del registro civil constaba que contrajo matrimonio con Ulises Bernal, además era sabido por la popularidad, que los militares acostumbran embarazar a las mujeres y después largarse a seguir cantando la misma canción.  Con esto daba explicación a su infortunio, del cual sólo supo ella y el sacerdote de san Jerónimo, cuando se lo dijo en secreto de confesión.
Francisco creció sin su padre, durante esas dos décadas, los padres de Matilde habían muerto, ella por su parte vivía en una tristeza constante, envejecida prematuramente, animada a seguir viviendo sólo por su hijo, en el cual, en ocasiones, a pesar de ser parecido físicamente a ella, encontraba algunos rasgos del hombre de los labios de cobre o del de la cicatriz en el rostro. Paco, como todos llamaban a Francisco, acostumbrado a no ver a su progenitor, pensó que tal vez habría muerto. Matilde dijo que posiblemente, porque ella, nunca durante los años de vida de Francisco había sabido algo de aquel hombre.
-Oye mamá, ahora que me voy a ir a estudiar a la capital, me da pena que te quedes sola, los abuelos ya no están… ¿y si te vienes conmigo?
-No hijo, yo aquí nací y aquí me voy a morir.
No tardó en cambiar de idea, pues una noticia la estremeció sobremanera: se rumoraba que varias compañías de militares llegarían en unos días a san Jerónimo a combatir los sembradíos de marihuana y amapola. Matilde pensó entonces que entre ellos vendría Bernal o Chacón. No quiso someterse a tal encuentro con el pasado y decidió irse a vivir con Paco a la capital, donde cursaba la carrera de abogado.
Algunas amistades de Matilde, le avisaron que ni Bernal ni su fiel Chacón, regresaron por ahí, pero ella temiendo lo peor en cualquier momento se estableció para siempre en la capital. Casi diez años habían pasado, en los cuales Paco se tituló de abogado y gracias a su desempeño académico y laboral, se pudo colocar en un buen trabajo, lo que auguraba para él y para su madre un futuro promisorio, y en espera de su boda  con una bella joven compañera de la universidad.
Una mañana de un cuatro de octubre, Francisco decidió pasar su cumpleaños en su pueblo querido: san Jerónimo, el lugar que lo vio crecer. Ese mismo día, debido a que Paco estaba emocionado con el viaje a san Jerónimo, el cual volvería a ver después de diez largos años, ahora acompañado de las dos mujeres que más amaba: su madre y su prometida. Precisamente ese día no leyó el periódico, mismo que recibió su madre, la cual quedó anonadada, al leer la nota que decía que dos militares habían muerto un año atrás por esa fecha; lo que llamó su atención es que la fotografía mostraba a dos hombres de aspecto senil, cada uno con una cicatriz horrenda en sus respectivos rostros; la nota además decía que eran medios hermanos, no mencionaba su grado militar, pero el periodista afirmaba que se mataron entre ambos, porque el de menor grado militar, pero de mayor edad que respondía al nombre de Eliseo Chacón había confesado que violó a la madre y a la mujer que más quiso el otro oficial muerto, de mayor grado pero poco más joven, llamado en vida Ulises Bernal. Este último tenía la cicatriz más reciente, pero trazada exactamente igual que su hermano, de quien se dice la recibió en el brutal enfrentamiento de una noche de copas.
Matilde quemó inmediatamente el diario del cuatro de octubre y pensó que al pueblo, por ser chico, no llegan los diarios y así, Francisco nunca se daría cuenta de su desagradable origen y del cruel destino de su madre.
Cuando estuvieron en el pueblo se divirtieron mucho, saludaron a sus conocidos, comieron los platillos típicos de la región, apreciaron las danzas y todo el encanto de san Jerónimo en tiempos de fiesta.
Humberto, un viejo amigo de Paco le dijo:
-Tanto tiempo hermano, ¿qué te has hecho?
-Pues soy abogado, me voy a casar con mi novia, por supuesto estás invitado hermano, me ha ido bien, gracias a dios, a mi madre y a mi empeño. ¿Y tú, qué me cuentas?
-Me da mucho gusto, pues yo soy veterinario, por cierto ahorita voy a inyectar unas vacas, que andan del otro lado del río, si quieres vamos, no nos tardamos, además ¿te acuerdas que el río está cerca?
-Pues vamos.
Se despidió de su madre y su novia, diciendo que volvía pronto. Los dos amigos tomaron el camino del río en el jeep de campo de Humberto y ya casi llegando, Paco vio una choza paupérrima y por curiosidad preguntó a Beto qué había allí.
-Pues ese bajareque está desde que éramos niños, te acuerdas que ahí jugábamos a los policías y ladrones. Fíjate mano, que ahora es refugio de un señor, un pordiosero que no recuerdo ni cuándo se instaló ahí, el pobre vive de lo que la gente le da, siempre está borracho el cabrón, no se para, siempre está medio recostado y no le gusta que lo vean las mujeres, nomás los hombres nos acercamos, pero no cabrón, ese hombre da miedo, con decirte que tiene como una capucha en la cara.
-Oye, muy interesante relato, escalofriante; vamos a verlo, párate en frente.
Humberto estacionó el Jeep, los dos se bajaron, entraron en la asquerosa casucha, donde encontraron un cráneo de persona, pedazos de panes viejos y sobre el grotesco petate, un anciano que bajo la capucha bebía grandes sorbos de aguardiente.
-Buenas tardes- saludó apresurado Francisco.
Al oír su voz, el anciano se incorporó y por un orificio del trapo negro que le cubría la cara, vio el rostro de Paco y se esforzó por gritar, pero sólo dijo:
-¡Matilde!
Francisco se conmocionó sobremanera al escuchar el nombre de su madre en labios de aquella piltrafa humana y dijo con espíritu curioso:
-¿Conoce usted a mi madre?
El anciano hizo un gran esfuerzo por sostenerse sentado, y con sus manos negras por la mugre, se fue quitando el velo negro de la cara, dejando al descubierto un rostro infernal con una sucia y desalineada barba blanca, que a pesar de ésta, se podía distinguir una grosera cicatriz que iba del lado izquierdo de su surcada frente, pasando por el ojo y el orificio de la nariz del mismo hemisferio; parecía perderse en los labios recios, pero su fin estaba  al lado derecho de su barbilla. Así, con su rostro al descubierto, dijo a Francisco con una voz entrecortada:
-Yo soy tu padre.
Terminando de articular estas palabras con un esfuerzo sobrehumano, el apestoso cuerpo infeliz de aquel alcohólico empedernido, se fue desvaneciendo amargamente al no soportar la mirada de Matilde en los ojos del joven que estaba parado frente a él.








El nahual costeño
Mario Enrique Sánchez
-¿Qué pasó Chana, qué te has hecho, a parte de vieja?
-Viejos los cerros y reverdecen, pendejo. ¿Y ora, por qué vienes rengueando?
-¡Bueno, bueno!, ¿así tratas a las visitas distinguidas?
-Ya déjate de tus babosadas Lorenzo, ¿qué te trae por acá?
-Pos dos cosas: la primera, que me des un cuarto de aguardiente pa’ platicarte la segunda. Pero apúrate bendita mujer.
-Bueno tú, ¿esa va ser tu vida? Ya no sé cuántos días llevas de borracho, componte, por tu mujer y por tus hijos.
-Pérate hombre Luciana, déjame que te cuente y sobre todo, que te felicite.
-¿De qué me vas a felicitar tú atarantado?, ¿no te digo puejs?, ya te está haciendo mal tanta bebida.
-¡Arajo hombre no cabe duda chingao!, tu hijo Pablo de veras te salió valiente, te sacó chingao, por eso dicen puejs que hijo de tigre, pintito; ni falta que le hizo su tata.
-No te digo pues, estás loco de remate.
-Ándale dame el trago, pa’ que te platique con gusto.
Luciana Aparicio tomó un garrafón lleno de aguardiente y sirvió una copa a su desesperado cliente y amigo.
-Ora, ahí tienes, haber platícame qué pasó con Pablo.
-Fíjate mujer que el cabrón me balaceó, ¡bueno, me rozó la pata de un balazo! Por eso ando rengo.
-¡Cómo eres mitotero Lorenzo!, ora Pablo ni ha salido.
-Y quién te dijo que fue en la calle, fue aquí en tu casa, anoche ¿te acuerdas del perro prieto que entró a robarte los cuatetes secos, esos que te pedí que me dieras en la tarde de ayer?, pos como no me diste ni uno, me quedé con el antojo, y que me meto a robártelos en la media noche, entré por el desagüe, y que me ve la mujer de tu hijo y que le grita, entonces el cabrón que sale con la escopeta, que me lo quedo viendo con los ojos brillosos pa’ espantarlo y que le ladro; nomás lo hice de cabrón, y que se enoja Pabicho y me suelta un balazo; lo alcancé a esquivar y  me salgo por el desagüe nomás con un chingao pescao en el hocico.
-No la jodas Lencho, ¿a poco eras tú el perro del relajo de anoche?
-¡Bueno entonces!
Lorenzo Gatica era un hombre de unos sesenta años, dedicado siempre a la venta de yerbas, libros secretos y chucherías de los varilleros. La gente de Filo de caballo  iba más con él que con el sacerdote, el doctor o el profesor del pueblo, porque según decían sus remedios y sus consejos eran más eficientes. A pesar de su mal olor, la gente lo buscaba diario para calmar sus necesidades. Era de estatura baja, regordete, moreno grasoso, pelo grijo muy corto, o a veces andaba pelón; ojos negros pequeños y muy hundidos, labios negros y boca grande, de labios grotescamente gruesos; las pestañas y las cejas las tenía muy ralas, era muy cachetón y seguido le gustaba jugarse la papada con una uña de gato; sus brazos y sus piernas eran gruesas pero guangas. Vestía camisa y pantalón de cotón color hueso, el pantalón siempre lo traía enrolladlo hasta las rodillas y la camisa abierta luciendo su panza negruzca. No le gustaba bañarse, la gente decía que apestaba a perro mojado; pero a pesar de todo esto, se juntó con la mujer que él quiso y tuvo como quince hijos con ella y otros que dejó regados con otras mujeres. Lencho, como todos le decían, curaba a los enfermos, ayudaba con sus mañas a los enamorados y era el dolor de cabeza del señor cura, y de otras importantes figuras del pueblo, porque la gente le estimaba y le respetaba, incluso hasta le temían. Una vez salió mal con el alcalde, quien lo ofendió por su aspecto y se burló de él, pero Lencho muy tranquilo, sólo le dijo:
-¡Búrlate cabrón, nomás cuando nazca tu hija te vas acordar de mí!
En efecto, la mujer del alcalde estaba en cinta, pero nadie podía afirmar que el nuevo ser iba a ser niña. El doctor dijo que ojalá naciera hombre para que el charlatán perdiera credibilidad. Pero sucedió que cuando llegó el día del parto, el médico atendió a la esposa del alcade y de su interior sacó una niña con labio leporino y sin una oreja, además de tener la boquita como de cerdo. Todos en el pueblo quedaron asombrados y respetaron mucho más al curandero, y nunca le hicieron una ofensa por temor a que les pasara algo malo como al presidente.
Lorenzo Gatica era buena gente, pero cuando alguien le caía mal, se la hacía cansada. En otra ocasión, se enteró que el Padre Anselmo habló mal de la práctica de la brujería y de las demás artes secretas, diciendo que, haber qué le podía hacer a él, una fuerza del mal, refiriéndose a Lorenzo. Éste, cuando lo supo no dijo ni una palabra, sólo se bebió de un trago su media de aguardiente. Una semana después, el pueblo quería linchar al sacerdote porque en su cama, mientras estaba dormido, se le encontró una mujer completamente desnuda que nadie conocía y que dijo ser amante del reverendo. Más tarde, Lencho confesó a Chana, la dueña de la casa del aguardiente, que la mujer encuerada que le encontraron al cura, era él.
Luciana Aparicio era una mujer fuerte que le faltaba la punta de la nariz; decía que se la cortaron los federales después de violarla cuando anduvo de cristera. Tenía como unos setenta años, de tez morena, bajita de estatura, pelo cano que siempre traía trenzado, ojos soñadores y su sonrisa dulce dejaba al descubierto la falta de la mayoría de sus dientes. Era amiga y confidente de Lorenzo, nunca se supo por qué sólo a ella le confesaba sus extraños actos. Cuando le confesó que se había metido a robarle los pescados secos, la vieja Chana, se moría de la risa y sólo le dijo:
-¡Tú sí saliste más cabrón que bonito!
Una tarde de verano, había una boda en un pueblo cercano a Filo de caballo, de donde era originaria la mujer de Lorenzo, la cual le dijo a su marido:
-Ora pues Lencho, me vas a dar centavos pa’ llevarle siquiera un regalito a mi sobrino que se va a casar. Me voy a llevar a todos los chamacos, como quiera hoy no trabajaron, ¿y tú vas a ir a la fiesta?
-A mí no me gustan esas pendejadas, llévate a las crías y lo del regalo, pues no tengo ni un cinco, no me ha caído ni un trabajito, con eso de que todos andan enfiestaos, me dan ganas de poner una epidemia pa’ después curarla y así pos tener clientela, pero no, onde crees que yo haría algo así. Mira cuando vayas pa’ la fiesta, en el arroyo del Borracho, va estar una cocha parida, le agarras unos marranitos y te los llevas de regalo.
-¡Ay Lencho!, ¿y si nos metemos en problemas con el dueño del animal?
-Pos si el dueño soy yo.
-No sabía que tenías marranos sueltos.
-Pos ora ya lo sabes, y apúrate que vas a llegar tarde.
Así pues, se encaminó Juana, la mujer de Lorenzo, a la boda de su sobrino acompañada por todos sus hijos, cuando iban por la mitad del camino, justo donde se encuentra el arroyo del Borracho, estaba una marrana echada con cinco marranitos recién nacidos; Juana, con un poco de miedo y timidez de que la vieran, tomó tres cerditos y se fue a su pueblo lista para la fiesta, y contenta con su regalito.
Ese mismo día, pero en la noche, Lorenzo estaba bebiendo como siempre en casa de su amiga Chana Aparicio, en esta ocasión se estaba quejando y se sentaba de lado, por lo que la vieja le dijo:
-¿Y ora qué te pasa, por qué estás sentado nomás de un lado?
-¡Cállate Chana!, no vas a creer que mi vieja se fue a una boda de su gente, y me pidió un chingao regalo pa’ los novios.
-Y eso qué tiene que ver con que sientes como puto.
-Déjame puejs que acabe, lo que pasa es que si le daba centavos pal regalo, pos no iba a tener pal trago, y que le digo que agarrara las crías de una cocha que iba a estar parida en el arroyo del Borracho, y pos ya sabes, como he estao ayunando, pos vas creer que yo era la cocha; como me quitó unos cochitos, pos me quedé sin un pedazo de nalga. Ora nomás es cosa de esperar que me salga más carne y con que eso tengo. Sírveme otra media puejs.
-¡Ay, Lorenzo, cuándo vas a cambiar!
-¡Pos sólo cuando me muera, porque me van a comer los chingaos gusanos!
-Ya lo dice el dicho: “genio y figura… hasta la sepultura”.
-¡Y cómo májs, puejs!
Lencho el curandero, amaneció de borracho en la cantina de Chana, y como al medio día decidió curársela allí mismo, por lo que siguió bebiendo, pero ya como a las cuatro de la tarde se encaminó a su casa, y al no ver a nadie, se dispuso ir al pueblo de su mujer, para disfrutar de la feria patronal, seguir bebiendo y juntarse con su familia. Cuando llegó al rancho, luego luego se dirigió a la ramada a tomar y ver las danzas de los chareos, las mulitas y los tlacololeros, entre otras más, y pues a chulear a las cantineras. Sucedió que en ese pueblo todos conocían al curandero, entre ellos un hombre que llevaba mucho tiempo de borracho por causa de una mujer; se acercó a Lencho y le dijo:
-Oiga don Lencho, quiero que me ayude, fíjese que ando en el camino de la amargura, una mujer es la causa de mis desgracias, me dejó y se fue con otro cabrón; ha de haber sido por el dinero, o sepa la chingada.
-Acuérdate Virgilio, que “nunca puede el hombre pobre tener su mujer bonita, como le hace falta el cobre, viene el rico y se la quita”. Pero, ¿qué quieres que haga por ti amigo?
-Pos yo digo que se muera la vieja, o el cabrón que me la robó.
-Mira, mejor que se muera el amigo y pos la vieja pa’ ti.
-Eso sí ta’ bien pa’ que vea, y ¿cuándo me hace el trabajito?
-Pos hoy mismo, ¿quién es el pelao?
-Arajo hombre, fíjese que nuca supe, mi gente me dijo que ese amigo era muy peligroso y pos nunca me dejaron saber de quién se trataba, por eso pido su ayuda.
-No te preocupes chingao, de ese amigo hoy mismo vas ver sus puras cenizas, lo vamos a quemar al cabrón y ni cuenta se va dar.
-Ora puejs.
Los dos hombres siguieron tomando en la ramada, y en eso, se acercaron los de la junta de festejos y le dijeron a Virgilio:
-Bueno cabrón, tás bebiendo y hoy te toca echar los camarazos.
Efectivamente, Virgilio estaba en un estado demasiado inconveniente, no se podía ni detener, por lo que Lencho dijo a los señores:
-Calma amigos, yo soy un gallo muy jugao, y pos le voy echar la mano a mi amigo Gillo; yo voy a echar las cámaras, tráiganme la pólvora y todo lo demás; faltaba májs, yo nunca me he rajao.
Los de la junta creyeron que Lorenzo no estaba demasiado ebrio y siguieron sus instrucciones:
-Aquí está lo que pediste, ora apresúrate que ya se deben tronar las cámaras.
Lorenzo preparó la pólvora, se fue al terreno baldío donde se prendían las mechas y prendió la primera, pero al alejarse se resbaló de tan borracho que andaba, y el terrible cohetón le explotó en la cara calcinándole todo el cuerpo.
Así se cumplió la promesa que le hizo a Virgilio, ese mismo día se quemó el hombre con quien se fue la Juana.  











La gallina de los huevos de oro
Mario enrique Sánchez
Aquella tarde, cuando Luciano Robles cruzó el jardín de los mangales y la rampa que comunica a la calle de Los Olivos con el seminario de La Santa Cruz, descubrió con añoranza que el rumbo de su vida sería otro, a partir de su ingreso a la casa formadora de sacerdotes. Fue recibido en la primera sala de estancia por el rector junto con sus nuevos compañeros de estudios y de vida. Ese domingo entraron en la capilla principal para escuchar la misa que ofició el obispo José María Mendoza, quien dirigió un emotivo saludo  de bienvenida a los nuevos elegidos de Dios. Terminada la ceremonia, todo fue fiesta, comida, canciones, oraciones y palabras de aliento para los trece jóvenes que habían decidido seguir los caminos del Señor. El obispo Mendoza, de manera simpática y con una gran chispa de ingenio comentó que los nuevos seminaristas eran los apóstoles de Cristo, que eran doce, entonces un sacerdote le dijo graciosamente:
-Excelencia, pero los apóstoles eran doce, y estos muchachos son trece.
El señor obispo respondió rápidamente, al mismo tiempo que sonreía:
-Lo que pasa es que éstos son trece, porque aquí sí pudo pescar el Señor al joven rico.
Después de la verbena se repartieron las habitaciones, se leyó la carta de derechos, obligaciones y los horarios que la vida religiosa exige.
            Luciano supo entonces que sería muy difícil convertirse en clérigo, dadas las normas que regirían su vida futura. Cada ocasión que los seminaristas eran invitados a la ordenación de un nuevo sacerdote, Luciano se mostraba muy emocionado, diciéndose a sí mismo, que se convertiría en señor cura, que estudiaría en La Universidad Gregoriana de Roma, que se ordenaría en su pueblo y que su gente se sentiría orgullosa de tener al primer sacerdote en su historia. Con esos alientos vocacionales el seminarista de la triste figura, como así lo llamaban sus compañeros por su idolatría a la lectura de la novela de Don Quijote de La Mancha, terminó satisfactoriamente sus estudios de filosofía, y se disponía a prepararse para su tesina en La Universidad Pontificia de México. Todo resultó salir muy bien en la ciudad de México, y el joven estaba listo para los estudios intensivos de teología.
Las crisis vocacionales eran muy frecuentes, no sólo para Luciano sino también para los demás estudiantes, que a veces  se peleaban, discutían por pequeñeces o se dejaban de hablar por largas temporadas debido al stress del encierro, pero afortunadamente con la ayuda de su director espiritual salían adelante. No era raro que debajo de muchas camas de los dormitorios de los seminaristas, estuvieran botellas vacías de licor, y aún entre el colchón y la armazón, posters, revistas o películas pornográficas y más aún, en los lugares más recónditos y celados por algunos seminaristas se encontraran cajas de preservativos. La vida allí dentro, no era muy distinta con la vida de afuera, y esto desconcertaba a Luciano, quien trataba por encima de las tentaciones mantenerse al margen repitiendo esta frase:
            -Señor no te pido que nos saques del mundo, sólo que nos aligeres la carga.
            Luciano en efecto no era un joven aburrido, en ocasiones salía a bailar, a tomar algunas copas o a distraerse en el cine o en cualquier otra cosa ajena al seminario. Roberto, su mejor amigo constantemente le decía:
            -Oye, ¿si nos vamos a ordenar cuando nos llegue la hora?
            -Pues yo creo que sí, ¿tú has dudado en hacerlo?
            -Pues yo sí, ¿a poco tú no?
            -Sí, también yo he dudado mucho, pero confiemos en Dios, la cosa es terminar el seminario, ya después, con la ayuda de Dios, nos mandan a Roma…
            Su amigo Juan, lo interrumpió emocionado.
            -Y después, nos podemos hacer profesores del semi, o ecónomos, o rectores, o hasta obispos, y… ¿te imaginas?, andaríamos en puros carros de lujo, comeríamos lo mejor, nos vestiríamos elegantemente y seríamos gente de cultura y respetados por todos…
            -Juan, te desvías muy feo del asunto, dijiste todo lo que podíamos hacer, menos para lo que realmente nos estamos preparando: para ayudar a los menesterosos, tener una parroquia donde servir a la gente, como lo hizo nuestro Señor Jesucristo…
            -Sí, sí, es verdad… bueno eso no lo dije porque es obvio.
            En realidad tanto a Juan, como a Luciano y a una gran mayoría de los seminaristas les seducía la vida fácil y elegante.
            Esto era todos los días: se levantaban a las seis de la mañana para bañarse, y a las seis y media aseaban todo el seminario, siguiendo el rool de trabajo; a las siete entraban a escuchar misa en la capilla, y las ocho se preparaban para el desayuno. Ellos mismos lavaban la losa, y a las nueve entraban a tomar sus respectivas clases; éstas iniciaban con una oración cada una, se interrumpían a las doce del día para tomar un ligero refrigerio que duraba unos escasos quince minutos, después de éste, las actividades académicas se reiniciaban para culminarlas a las dos de la tarde, misma que era la hora de la comida, que duraba alrededor de media hora y la  otra media la utilizaban para reposar los alimentos, y a las tres de la tarde jugaban volibol, fut bol o básquet bol. La hora del deporte, en la cual, y en  todas las disciplinas sobresalían Luciano y Juan, iba de las tres a las cuatro de la tarde; posteriormente se dirigían todos a bañar y después los encerraban a estudiar y a realizar sus tareas, hasta las siete de la noche; ésta era la hora de la segunda misa del día que terminaba a las ocho, dando lugar a la cena, después de ésta, seguía una actividad complementaria que consistía en círculos literarios, taller de música, de teatro o cualquier otra actividad artística que satisficiera las necesidades de los estudiantes. Estas actividades terminaban a las nueve, y de esta hora hasta las diez, los seminaristas podían hacer lo que quisieran: ver la televisión, leer el periódico, encerrarse en sus cuartos, charlar con sus compañeros o con los sacerdotes profesores. A las diez de la noche, la campana llamaba al examen de conciencia que dirigía un padre formador, y en el cual los jóvenes se arrepentían de sus placeres de obra y pensamiento, que realizaron durante el día. A las once de la noche, con la consciencia limpia se disponían a dormir.
            Luciano y sus compañeros esperaban con ansiedad el fin de semana: los sábados, se iban al pueblo que se les encomendaba para su área de pastoral, al contacto del pueblo de Dios, a quienes impartían pláticas y otras actividades religiosas; el domingo, se reunían a las doce en la capilla del seminario para la misa dominical oficiada por el obispo José María Mendoza, al cual no se le escuchaban bien las palabras, ya que según se decía, fue ahorcado por los federales durante la cristiada, es por eso, que hablaba dificultuosamente y usaba cuello alto para cubrir la horrible cicatriz que le rodeaba el cuello. Después de la misa, los seminaristas salían a distraerse, para volver al seminario antes de las ocho de la noche.
            Siguiendo ese itinerario de vida, cumpliendo con el área espiritual, académica y de pastoral, Luciano llegó al cuarto año de teología, en el cual sucedió lo que habría de cambiar aún más su vida y confundirlo al extremo.
            Los seminaristas eran enviados por parejas a los pueblos donde predicaban la palabra de Dios, cumpliendo con lo dicho en el evangelio. Una tarde como todas, el seminarista de la triste figura se dirigió a su pueblo de pastoral, pero ahora iba solo, porque su compañero, como muchos más, había abandonado el seminario. Cuando llegó a La Molonga, que así se llamaba el poblado, se dirigió a la casa donde le daban hospedaje: saludó a la pareja de ancianos, marido y mujer, que eran como otra familia para él, don Remigio lo quería mucho y doña Rafaela no se diga, Luciano era su adoración; bastaba que llegara al pueblo para que la gente lo llenara de presentes: le llevaban chilate, mole, frutas, aguas frescas y se ofrecían para lavarle su ropa, limpiarle los zapatos y otros tantos servicios más, lo cual apenaba mucho al joven y sólo le aceptaba las comidas, las cuales compartía con ellos mismos. Sucede que cada fin de semana le tocaba descansar y comer con una familia distinta. Pues ese sábado le tocó hospedarse con una mujer de aspecto humilde, madre soltera de tres desnutridos niños, y que vivían en una pequeña choza cuyas paredes eran de lodo y varas, piso de tierra, techo de paja y en el interior, sólo contaba con una pobrísima mesa destartalada y dos bancos de tronco rudo de árbol, algunos pobres utensilios de cocina y una gallina ponedora. Eran alrededor de las seis de la tarde cuando Luciano terminó de dar las pláticas en la capilla del humilde poblado, se encaminó hacia la casa de la mujer que lo hospedaría. Ella estaba en espera del padre como todos le llamaban ya a Luciano, cuando éste llegó le dijo:
            -Señora, buenas tardes.
            -Buenas tardes padre, ya va a comer ahorita, nomás estoy esperando que prendan los leños y le voy a hacer unos huevitos rancheros.
            -¡Mmm, eso suena delicioso!
            Joaquina, como se llamaba la mujer llamó al más grandecito de sus hijos que contaba con escasos siete años de edad.
            -Carlitos, hijo, fíjate si ya puso la gallina.
            -Tiene nomás dos huevos mamá.
            -Tráimelos pues, pa’ que se los haga al padre.
            -Sí mamá.
            Luciano estaba distraído platicando con la señora, mientras ésta le preparaba la comida. Cuando hubo terminado le acercó los huevos rancheros, un molcajete con chirmole, sal en granos, un vaso con agua y papel para que se limpiara. Luciano sin percatarse de la presencia de los demás, comió ávidamente, ya que no había comido durante todo el día, devoró rápidamente los alimentos, y cuando terminó, se percató con amargo dolor, cómo los tres niños rascaban la sartén llena de grasa con las tortillas frías que habían sobrado de la mesa del joven, y se las comían con desesperación, porque tal parecía que ellos tampoco habían comido durante todo el día; mientras tanto, Joaquina se hacía un taquito con una tortilla también fría y con el sobrante de la salsa. En ese momento Luciano quiso, en su confusión, quizá vomitar los huevos y ofrecérselos a la humilde mujer y sus hijos, o maltratarse a sí mismo, por tanta falta de consciencia, de caridad, de misericordia…
            El día que el obispo José María Mendoza lo iba a ordenar sacerdote, la celebración que le causaría tanto orgullo no pudo ser en su pueblo, tampoco se fue a estudiar a Roma y sólo sería un sacerdote común y corriente. No se ordenó en una misa sólo para sí. Ese día se ordenaron otros más. Cuando se postraron boca abajo, siguiendo el protocolo clerical, el obispo estaba por ungirlos con el óleo del espíritu santo, y en  ese preciso instante, el seminarista de la triste figura dudó en extremo sobre su vocación sacerdotal, se acordó de la pobre mujer y sus hijos, a los cuales dejó sin comer, atragantándose con los únicos dos huevos que ese día puso la gallina, y se quedó todo su cuerpo postrado con la cara húmeda por el llanto incontenible pegada al suelo, sin atender ni escuchar lo que pasaba a su alrededor.






Los cuapinoles cuates

Mario enrique Sánchez
Cuando conocí los cuapinoles cuates, iba con mi amigo Alejandro y mi tío Goyo caminado por el río. Recuerdo que esa mañana le pedí a mi tío que nos acompañara a Alejandro y a mí a recorrer las faldas del río, y que nos platicara de su infancia por esos mágicos lugares. El tío dijo que él estaría encantado de ir con nosotros a revivir su pasado.
            Alejandro y yo estudiábamos en ese entonces la Universidad, cursábamos la carrera en estudios latinoamericanos y estábamos en mi pueblo porque fuimos a pasar la feria patronal. Alejandro, poco acostumbrado a la vida de la provincia, a las incomodidades, al piquete de las moscas y a las invitaciones a beber licor a cada paso que daba, se adaptó de maravilla desde que llegamos, y cuando decidimos volver a México, al tipo se le rodaron las lágrimas, al abandonar aquel túnel del tiempo que la vida le había permitido conocer.
            Pues bien, el tío Goyo con su paso parsimonioso y su voz chistosa, estaba listo para la travesía.
            -Nomás que nos vamos a ir despacio amigo, porque yo puejs toy amolao, toy tirao de a viaje chingao…
            -No se preocupe señor, como dice su sobrino Julio, “con calma, que llevamos prisa” –dijo Alejandro aludiendo una de mis repetitivas frases.
            -Este Julio es cabrón, lo que yo le admiro es que, a pesar que se fue a la capital a estudiar, no se afrenta de su gente, de su pueblo, ya ves a mí cuánto me quiere el cabrón…
            -Ja, ja, ja, ja, ja, -irrumpimos mi amigo y yo con una estruendosa carcajada por el sentido filosófico y humorístico del tío Goyo.
            -Pos sí, amigo, ya ven que hay unos cabrones que nomás cambian tantito de aires y se creen la gran cosa.
            -Pues sí tío, pero pues ni hablar, no todos somos iguales.
            -No, lo que pasa es que ustedes ¡de veras son gente preparada chingao!, como quien dice no son del montón, son gente educada, yo en veces ni les entiendo, porque ¡usan puras palabras con correa, chingao!
            -¿Y que es eso tío Goyo? ¿Sí le puedo llamar tío? –inquirió Alejandro.
            -¡Arajo, como no hombre!, pa’ mí es un honor. Y eso de las palabras con correa, es que puejs hablan muy refinadamente; yo con esa labia, biera enamorao un chingo de nailas, ¡Ah recabonchichimas! ¡Mujer, mujer!
            -¿Así es que usted era muy enamorado tío? –le pregunté.
            -Pos nomás pal gasto amigo.
            -No cabe duda tío Goyo que usted es un gran maestro de la vida- le dijo Alejandro.
            -No que cabrón, si ni la primaria acabe, fíjense que me case a los catorce años con mi primer mujer, cuando ella tenía veintitrés… ¿y cómo májs?
            Mi tío Gregorio Arizmendi era un buen hombre. Cuando yo lo conocí hasta que murió, me pareció que nunca pasó el tiempo por él; llegaron momentos en que creí que siempre tuvo setenta y cinco años. No me lo imaginaba un joven mujeriego, fuerte, parrandero, pero tampoco lo veía en un futuro como un viejo decrépito, atado a una cama, enfermo por los años… me lo imaginaba tal como lo veía, incluso llegué a pensar que nunca fue niño, que nunca fue joven, pero que ese viejo que platicaba conmigo, no era tampoco en realidad un viejo. Recuerdo que pocas veces necesitaba yo de la diversión del televisor, porque mi tío me contaba las historias nunca antes oídas en el mundo: cuando lo bautizaron a escondidas porque nació en plena guerra cristera, sus años mozos en el campo, viviendo con su madre y sus hermanas, pues su padre había muerto ya, su apegada devoción a la religión católica, a los santos, a los curas, a los templos y a las misiones religiosas. Un tipo fuera de serie era mi tío, por un lado religioso ferviente y por el otro, mujeriego incansable. Fue él quien me platicó la bondad de su madre, su trabajo en el campo, cómo le robaron vilmente sus tierras, cómo dejó la escuela muy pequeño, cómo fueron sus mujeres, qué comidas le gustaban y cuáles le desagradaban. Recuerdo que me platicó que cuando ya era un hombre maduro y se vio solo, pues sus hijos se fueron a hacer sus vidas por otros lados y las dos esposas que tuvo habían muerto ya, tomó por compañera a una mujer que atendía un burdel. Parece que mi tío estuvo condenado a la soledad, pues a pesar de sus muchos placeres siempre fue un hombre que su rostro marcaba una enorme e indescifrable melancolía.
            Ese día de octubre nos lanzamos a la aventura del río, una excursión que tenía el privilegio de contar con el mejor cronista del mundo: nos narró cómo cruzaba el río de Francia nadando, y ahora, el cauce de esas salvajes aguas, con dificultad nos alcanzaban a los tobillos; la travesía continuó y llegamos a la poza del Cura, la cual era ahora tristemente casi un arroyo; pasamos también por la poza del Gato y nos pusimos a descansar, viendo a las mujeres lavar su ropa en el río del Fraile. El descanso fue todo un primor, escuchando las hazañas, aventuras, peripecias y otras anécdotas de mi tío Goyo. Fue así, como nos habló de unos amores prohibidos que sellarían nuestro paseo.
            Su narración, nunca la podré superar, pero recuerdo que iba más o menos así.
            Un matrimonio joven vivía por estas tierras, él se llamaba Francisco, ella Aurora; se casaron después de un largo noviazgo, su vida era como la de todos los matrimonios, tuvieron un hijo llamado como su padre. Sucedió que cuando lo iban a bautizar, Francisco, quiso que los padrinos fueran un amigo de la infancia, llamado Alberto, que además estaba casado ya. Vivía en la capital y siempre iba a la costa a vacacionar. Aurora dijo que le parecía muy bien la idea de su esposo y fue así como se hizo la invitación. Alberto y su esposa Verónica viajaron hacia la costa para ser los padrinos de Panchito y además, vacacionar.
            El matrimonio de Francisco y Aurora estaba muy desgastado, a pesar de ser jóvenes cayeron rápidamente en la monotonía de la vida en pareja, la gente decía que porque duraron una eternidad de novios, y que se conocían exageradamente bien, ya no había sorpresas, detalles, caricias, besos… Aurora, cuando vio a Alberto quedó impactada ante tan varonil y guapo hombre, a pesar de que ya lo conocía, esta vez encontró algo en él distinto. Era abogado, sobrio, divertido, todo un hombre de mundo, no como el mediocre de su marido, como le decía ella a Francisco cuando comenzaron los pleitos verbales.
            El día del bautizo, la celebración fue muy emotiva, ahora los dos amigos eran compadres. Comieron, bebieron y bailaron con mucho placer. Sólo cuando Francisco bailó con su comadre Verónica, ésta al escucharlo expresar y tocar su cuerpo, se dio cuenta que Francisco era un gran hombre, y se explicaba la razón por la cual su marido lo apreciaba tanto. Francisco por su parte descubrió una belleza y sutileza en Verónica que lo llevaron a pensar que Alberto debería ser muy feliz al tener a su lado a una mujer tan hermosa e inteligente.
            Como es típico, en las fiestas de bautizos, el festejado fue el primero en dormirse y los adultos siguieron la fiesta hasta altas horas de la noche. Cuando Alberto fue un momento a su habitación solo, su comadre Aurora lo siguió, con las intenciones de seducirlo, cuando lo hubo alcanzado le dijo:
            -Siempre será un placer tener un compadre tan guapo y elegante.
            -Gracias Aurora, perdón, comadre.
            -Es mejor que me digas Aurora, mi nombre se escucha en tu voz.
            -Discúlpame, creo que debemos volver a la fiesta.
            Ya bajo los efectos del alcohol, Aurora tuvo un arrebato pasional y besó a su compadre, éste trató de esquivarla, pero le resultó imposible rechazar aquellos labios preciosos que había estado en abstinencia durante mucho tiempo. El beso fue tan apasionado y la invitación al pecado culminó en la cama de Alberto. Desde entonces decidieron verse a escondidas y  a espaldas de sus respectivas parejas. Alberto descubrió que le era muy difícil no ver por un solo instante a su hermosa comadre, y por supuesto la carga de consciencia era terrible porque estaba traicionando a su mejor amigo. Tal era la locura de los amantes que cuando se veían solos, sostenían relaciones sexuales desesperadas, en cualquier lugar, sólo esperaban estar solos para dar rienda suelta a su pasión. Por otra parte, Francisco y Verónica no sospechaban nada, ellos también se atraían día con día, pero nunca se dijeron algo comprometedor, ni se coquetearon. Para ellos el compadrazgo, era sagrado.
            Cuando terminaron las vacaciones, un día domingo, Alberto nunca llegó a su casa para viajar a la capital. Por su parte, Aurora también desapareció.
            Un chico aseguró con mucha pena, que él vio cuando los compadres Alberto y Aurora, estaban haciendo el amor en un escondrijo en las faldas del río. Cuando Francisco lo escuchó, golpeó al joven por su confesión. Verónica lo tranquilizó y preguntó al muchacho que cuándo había visto tal acción, el muchacho dijo que apenas tenía escasos minutos aquel suceso. Francisco y Verónica se dirigieron con el muchacho al lugar indicado, pero al llegar, en lugar de encontrar a los amantes, en ese pequeño espacio siempre descampado, vieron con terrible asombro cómo se erguían dos árboles cuates de cuapinole, que tenían la forma de un hombre y una mujer teniendo relaciones coitales.
           
           















La fiesta sorpresa
Mario Enrique Sánchez
Sentados en torno a una mesa de cantina, como a menudo lo hacíamos desde que nos conocimos durante nuestros estudios profesionales en la ciudad de México, mi amigo Adrián y yo, bebíamos cerveza hasta la náusea y propensos a las más fuertes o cínicas declaraciones sobre nuestra oscura vida de poetas. En ese tiempo yo iba muy poco a mi pueblo en el estado de Guerrero, que conocí ya grande cuando volví de Estados Unidos para hacer compañía a mis viejos y poco tiempo después decidí estudiar en La Ciudad de méxico y radicar ahí. En la capital, mi amigo y yo enseñábamos literatura en escuelas públicas y colegios privados; solíamos reunirnos de vez en cuando en un bar modesto llamado “La Bombilla” al norte de la ciudad, para charlar sobre distintos temas, entre ellos, y de los más importantes para nosotros, de literatura, religión y filosofía, con los cuales aburríamos tremendamente a quien nos escuchaba cuando se terminaban las canciones que tocaba el aparato de sonido; por supuesto que también llegamos a hablar del amor, de la política, del fut bol, y ya tomados, de cualquier índole, que a veces hasta desconocíamos. Recuerdo que hubo un tiempo en que Adrián y yo coincidimos en amores prohibidos, y claro está, compartíamos nuestras experiencias. Los dos éramos solteros, escritores de toda la vida, aunque yo llegué a escribir más que él. Adrián era más teórico, bohemio, taciturno y alcohólico empedernido, era un tipo raro, que siempre andaba en la brujez más grande, por lo cual, casi siempre yo era quien pagaba las cuentas, gracias a mi trabajo y a la mitad de la cuantiosa herencia que mi padre me dejó a su muerte, pero Adrián no sabía esto último. Yo entendía el comportamiento de mi colega, confidente y amigo, porque él siempre llevó una vida incomprensible y creo mucho más oscura que yo, incluso él se autonombraba “El poeta maldito”, por su afición a la lectura de esta generación de escritores y su inolvidable libro “Las flores del mal”. En realidad escribió muy poco, pero su breve obra literaria era equivalente o quizá rebasaba en calidad a los muchos libros que yo había escrito hasta entonces.
            Por iniciativa de él visitábamos cantinas, tugurios de mala muerte, templos religiosos, barrios pobres, sitios paupérrimos, platicábamos con prostitutas, niños de la calle, homosexuales, curas y cualquier cosa que nos pareciera interesante, pues los dos coincidíamos en que en esos lugares, y con ciertas personas se tejían las historias más extraordinarias dignas de ser contadas, y realmente el tipo se apasionaba escribiendo sobre estas cosas.
            Una noche de invierno en “La Bombilla”, a pesar del terrible frío, mientras tomábamos cerveza oscura de barril y fumábamos unos puros cubanos que un escritor de la isla nos había obsequiado, Adrián quiso compartir conmigo un cuento que cambió mi vida inesperadamente. El relato nunca lo podré superar, pero recuerdo con amargo placer sus palabras, dirigiéndose a mi persona:
            -Mauricio, hermano, necesito tu punto de vista, he terminado un cuento que me interesa que conozcas, escucha:
            En la colonia Lindavista, vivía un matrimonio joven, próximo a celebrar su primer aniversario de casados. La mujer era una Michoacana hermosa que desde muy pequeña abandonó su hogar porque quería dedicarse al modelaje y su familia nunca supo más de ella. En el Distrito Federal no logró hacer su sueño realidad y se dedicó a impartir clases de inglés en escuelas del gobierno en la tarde y gerente bancaria en el turno matutino. El hombre se desempeñaba solamente como gerente de un banco de tiempo completo, y era capitalino. Fueron novios durante más de tres años y desde entonces vivían juntos, y fue hasta el cuarto otoño cuando decidieron unir sus vidas de manera formal. Compartían muchas cosas, como los buenos restaurantes, la ropa cara y de prestigio, los viajes al extranjero en vacaciones, incluso el departamento donde vivían era de los más caros de la ciudad. Los dos eran ambiciosos y sumamente hedonistas, aunado a esto, obviamente por los excesivos costos y gastos, en muchas ocasiones innecesarios, al acercarse su primer aniversario, la pareja peleaba mucho, porque debían sumas exorbitantes de dinero, tarjetas de crédito, tenencias de autos, mantenimiento del departamento, entre otras cosas, que agravaban su situación y deterioraban su relación amorosa.
            Por ese tiempo, la mujer confesó a su marido para tranquilizarlo de sus nervios por las deudas adquiridas, que hacía seis meses que había muerto su padre y le había heredado la mitad de sus bienes, que consistía en una verdadera fortuna, con cuentas en el extranjero, negocios de empresas constructoras y lo mejor de todo, una hacienda en Michoacán, llamada “La Herradura”, en la cual se había descubierto un enorme yacimiento de petróleo.
            -Aunque viví muy poco con mis padres, los quise mucho, papá fue el único que me apoyó y sostuvo mis estudios sin decirle nada a nadie desde que abandoné a mi madre para venirme a México. Pero ¿te das cuenta mi amor?, ahora somos millonarios, lo que debemos, no es nada comparado con mi herencia- dijo emocionada la mujer.
            -Siento mucho lo de tu papá cariño, aunque no lo conocí supongo que fue un gran hombre. Oye, y la otra mitad, ¿a quien se la habrá dejado?
            -Un día por accidente, descubrí que mi padre tenía un hijo en Guerrero, que debe tener mi misma edad, él se enteró que yo lo sabía todo, y en parte por eso los abandoné y él compensó su falta ayudándome en todo a escondidas de mi madre. Supe también que la madre de mi único hermano murió cuando él era muy pequeño, por lo cual, papá lo mandó a vivir con una hermana suya que no podía tener hijos con su marido y que vivían en Estados Unidos.
            -Entonces ¿crees que la otra mitad haya sido para tu hermano?
            -Puede ser que sí, porque tengo entendido que volvieron a verse.
            -Dime, ¿Tú conoces a tu hermano?
            -No, nunca lo he visto, desde que descubrí el secreto de papá, supe que Mauricio, que es como se llama, vivía en Estados Unidos, pero siempre supo que éramos hermanos y que él era el primogénito de mi padre, por eso cuando se enteró que yo los había abandonado, viajó a Michoacán para hacerles compañía y desde entonces no supe de ellos, sólo un poco de mi papá, que era quien me mandaba dinero y guardó el secreto de mi estancia. En sus cartas mi padre me decía que mi hermano era muy noble, que no me guardaba rencor y que anhelaba conocerme, que me quería mucho como si nos hubiéramos criado juntos. Pero por temor a rezagarme en el pueblo nunca quise ir y fue así como me convertí en una mujer de mundo como siempre soñé, y ellos lo entendieron.
            En ese momento el marido quedó pensando durante largo tiempo muy sorprendido por el relato de su mujer, se le metieron en la cabeza pensamientos enloquecedores y sin decirlo, comenzó a tejer en su mente una maraña de ideas para desaparecer a su esposa para quedarse con toda la riqueza, ya que según él, una mujer que prefirió la comodidad de las grandes ciudades por encima el amor de su familia, no merecía vivir. El hombre recordó que cuando era pequeño, sus padres alcohólicos en un estado de crisis lo echaron de la casa como a un perro a sufrir hambre y miseria y a ganarse la vida por sí solo… y su mujer teniendo todo en su infancia, fue ella quien abandonó a su linda familia. El pensamiento diabólico se repetía con frecuencia en su mente: “No merece vivir, no merece disfrutar lo que no se ha ganado, es una ingrata, ella sólo merece la muerte”. A pesar de los pensamientos que se apoderaban de él, logró mantenerse tranquilo pero como en otro sitio, por lo que su esposa le dijo:
            -¿Qué te pasa amor?
            -No, nada, lo que pasa es que tu historia me dejó muy impresionado, pero qué te parece si nos olvidamos de nuestros problemas económicos, que pronto pagaremos y salimos a cenar mañana, porque mañana es un día muy especial…
            -¡Mi amor te acordaste… mañana es nuestro primer aniversario!
            En realidad el hombre no se acordaba del aniversario, estaba cavilando en sus siniestros pensamientos y cuando dijo que el día de mañana era un día muy especial, se refería al día de la muerte de su mujer.
            Acordaron verse a las ocho de la noche del día siguiente después del trabajo en un restaurante de Polanco, y después seguir celebrando en la intimidad de su hogar.
            En sus respectivos trabajos, sus compañeros les estaban preparando en secreto una fiesta sorpresa con motivo de su aniversario, llegada la hora, sabiendo que la pareja no estaría en casa, se las ingeniaron para entrar al departamento argumentando a los vecinos que tenían preparada una fiesta sorpresa para celebrar a sus amigos.
            La pareja se reunió en el lujoso restaurante de Polanco: comieron los mejores platillos, exquisitos manjares y bebieron del mejor vino, ya que estaban acostumbrados a estos placeres. Terminada la cena, el hombre en el automóvil negro último modelo, desvío el camino acostumbrado a casa, por lo que su esposa le preguntó extrañada:
            -¿Qué pasa mi amor por qué no tomas el camino que nos lleva a casa?
            -No te asustes, quiero enamorarte más a la luz de la luna, te voy a llevar aun lugar de ensueño, este día nunca lo olvidarás…
            La llevó a un terreno baldío, se besaron muy tierna y apasionadamente al mismo tiempo, ella tenía los ojos cerrados como en estado de éxtasis, mientras él se colocó muy junto atrás de ella, levantándole el sedoso cabello castaño claro, besándole el cuello, mientras sacaba del bolsillo derecho de su pantalón una soga que envolvió en su mano cerrada, sin que ella se diera cuenta se la rodeó en el cuello, y cuando sus dos manos tuvieron un extremo de la soga cada una, dio un fuerte tirón cruzado de la cuerda asfixiando a su esposa, hasta el punto de ahorcarla y asegurándose de la muerte de ésta. Completamente en estado de locura, envolvió el cuerpo en una sabana negra y lo metió en la cajuela del automóvil, se dirigió a su casa, y como ya era muy noche no hubo curiosos que preguntaran algo, logró llegar hasta la puerta de su departamento, sacó la llave, la introdujo con dificultad en la cerradura, ya que iba cargando el cadáver de su amada, y cuando la puerta se abrió, se encendieron las luces y los amigos de la pareja gritaron al mismo tiempo:
-¡¡¡S O R P R E S A!!!
           












La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida. Y por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
Miguel de Cervantes Saavedra

Mario Enrique Ramírez

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Ensayos Literarios

“Tecoanapeando”










LAS MOJIGANGAS
Mario Enrique Sánchez
Todos los días son maravillosos en Tecoanapa, pero no se encuentran las palabras precisas para expresar la emoción que embarga a todo el poblado cuando se aproximan sus  fiestas anuales. Las Mojigangas, son un grupo de danzantes que aparecen unos quince días antes de cada una de las dos fiestas anuales de Tecoanapa: la patronal, el siete de octubre, en honor a la virgen del Rosario, la madre de Dios, que bajo esa advocación religiosa se hace presente entre los miles de jubilosos habitantes; y la otra, la feria regional, el diecinueve de marzo, festejando a san José Patriarca.
            Las Mojigangas, son una danza de alrededor de veinte personas, agrupadas por parejas; son hombres adolescentes o adultos que se prestan de muy buena gana a bailar las famosas chilenas y otras pícaras melodías regionales del estado de Guerrero, al son de la peculiar banda del Chile frito, o también conocida como La música de viento. Estos danzantes se disfrazan con máscaras verdaderamente graciosas.  La mitad del grupo,  fungen como mujeres que hacen las veces de amas de casa, de solteras, de prostitutas, o de cualquier otro gremio femenil que el lector pudiese imaginar, lo cual implica que sus antifaces de madera finamente pintada y detallada, cumplan con la vanidad y presunción femenina, pero en este aspecto, sumamente exagerada: cachetes de un rosa intenso, labios carmesí, ojos vivos y extremadamente delineados de colores fuertes, pero agradables, adornados de unas pestañas chinas y cejas bastante pronunciadas, que son capaces de hipnotizar a sus enamoradizos compañeros;  sus vestidos cumplen una labor muy importante: unos llevan minifaldas que dejan casi ver la prenda íntima; otros, faldas largas entalladas o aligeradas, blusas de distintos gustos, zapatillas de tacón o suela baja; sobre sus cabezas lucen pelucas rizadas, alaciadas, teñidas, largas, cortas, sueltas, peinadas, en fin, todo exageradamente elegante. La otra mitad de la danza, serán  sus parejas varones, personajes muy especiales: unos parecen estar borrachos, otros, viejos rabos verdes y otros más, representan a la popularidad masculina de la provincia costeña. Sus máscaras guardan rasgos fuertes, desalineados, algunas con bigotes, otras con barba, quizá algunos más, lampiños; su vestuario es más común: pantalones, camisas,  playeras, sacos o chamarras de cualquier color y tela; la mayoría, llevan sombreros de petate sobre el pañuelo que cubre su cabeza. Es muy importante decir que esta representación artística, es una vil sátira o remedo de la comunidad emperifollada tecoanapense. Es muy gracioso analizar que quienes no toman parte de la danza, que son, digamos el público, ríe a carcajadas, ríe a morir: en realidad se están burlando de sí mismos, sin descubrirlo siquiera; esto es una especie de ironía popular: decir la verdad, por medio de una mentira. La mayoría de los habitantes cree que Las Mojigangas sólo son un grupo de danzantes que son los encargados de anunciar la próxima verbena del pueblo, ya que por encargo del comité que está al frente de las festividades, reparten cartas a algunas familias, solicitándoles apoyo en especie, consistente en comidas, bebidas, música,  etcétera. Esto último es cierto, aunque Las Mojigangas, son más que unos simples heraldos o mensajeros de la fiesta, son ante todo, una representación glósica y lúdica de la realidad, dicho en otras palabras, un reflejo o retrato gracioso de las personas del pueblo. Así pues, La Real Academia de La Lengua Española y La Academia Mexicana de La Lengua, coinciden en que  la palabra “Mojiganga”, significa fiesta pública con disfraces ridículos, obrilla dramática muy breve para hacer reír o simple y sencillamente, una cosa ridícula.






















LOS CHAREOS
Un vistazo a Tecoanapa
Los Chareos es el nombre colectivo de una de las danzas más importantes de Tecoanapa. Su etimología es de origen náhuatl, y en español significa danzante de vestuario rojo; su origen histórico se encuentra en las epopéyicas guerras de las Cruzadas. Los historiadores reconocen hasta ocho cruzadas; éstas, consistían en expediciones militares que en los siglos XI al XIII fueron organizadas por el Occidente cristiano para reconquistar los Santos Lugares (tierras que sustentan la fe del judeocristianismo, tanto del antiguo testamento, como de la vida, obra, muerte y resurrección de Jesucristo) caídos en manos de los musulmanes.
Jesucristo, venerado como el Hijo de Dios,  predicó su doctrina con base en una filosofía religioso-humanista, cimentada en el amor a Dios y a los semejantes. Poco más de mil años después de la muerte del Mesías, sus seguidores se lanzaron a reconquistar Tierra Santa, bajo la justificación de san Bernardo de Claraval, que decía lo siguiente: “Ellos pueden librar los combates del Señor y pueden estar seguros de que son los soldados de Cristo… pues maten al enemigo o mueran, no tienen por qué sentir miedo. Aceptar la muerte por Cristo o dársela a sus enemigos no es sino gloria: no es delito. El soldado de Cristo tiene un motivo para ceñir la espada. La lleva para castigo de los malvados y para gloria de los justos. Si da muerte al malvado, el soldado no es homicida. Reconozcamos en él al vengador que está al servicio de Cristo y al liberador de los Cristianos”.
Los grupos religiosos de la leyenda
El grupo cristiano fue el que tomó la iniciativa de lanzarse a las cruzadas. En la danza este gremio lo representan el Señor Santiago, que algunos identifican con Santiago apóstol, hijo de Zebedeo y hermano de san Juan Evangelista. Padeció el martirio en Jerusalén en el año 42. Sus restos fueron llevados a España y descansan hoy en Santiago de Compostela. Se le llama Santiago el Mayor. Otras personas quizá asocien al Santiago de la danza con otro apóstol, primo de Jesucristo y primer obispo de Jerusalén. Éste fue muerto por los fariseos en el año 52. Se le llama Santiago el Menor. Posiblemente, esto explique por qué en la danza, existen los personajes del Señor Santiago y el Santiaguito. Definitivamente los dos Santiagos históricos no pudieron haber luchado en la guerra de las cruzadas, ya que vivieron en los inicios de la era cristiana, y las cruzadas, tuvieron lugar poco después del primer milenio del cristianismo; pero pudo ser que la imaginación fanático-legendaria, haya trasladado a estos apóstoles a la mismísima Edad Media, argumentando algún designio divino. Otra aseveración que podríamos hacer del Santiago, y quizá una gran mayoría, inconscientemente, lo conciba como un luchador medieval, algo así como de la talla del rey Arturo (personaje principal de la leyenda de la mágica espada Excalibur y los caballeros de la mesa redonda) o el mismo Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar. Siguiendo en la misma línea del grupo cristiano, se encuentran, quienes en la danza son los llamados Negros (que bien pueden ser una representación de los Templarios o caballeros del Temple en el tiempo de las cruzadas, éstos fueron una orden monástica, los más fieles centinelas de Los Santos Lugares, que después de siglos, muchos de ellos perecieron en la hoguera) fieles vasallos o cortesanos de la estirpe del Señor Santiago. Aparecen también como cristianos dos pequeños personajes, que son conocidos como el Gallinchi y el Rey Zacol.
            Los sesgos musulmanes, turcos, mahometanos y judíos, son representados por los otros danzantes, agrupados de la siguiente manera: cuatro Pilatos, cuatro capitanes, dos llevan bandera negra y otros dos llevan bandera roja; un alférez (el de la media luna) y al resto de la danza se le ha conocido hasta la fecha como Pichotas burras, aludiendo quizá a los acarreados que han existido a lo largo de los movimientos sociales de la historia.
El vestuario
Todos los danzantes que son treinta y dos en total, llevan cruzados en la parte donde se unen pecho y abdomen, y en la espalda, un lienzo rojo, sólo los Negros portan el lienzo del mismo color de su nombre. Recordemos que los hombres que pelearon en las cruzadas, llevaban este peculiar atuendo, además del yelmo, el ristre, la espada, en fin, toda la indumentaria del guerrero medieval.
            El señor Santiago, los cuatro Pilatos, los cuatro Capitanes y el Alférez de la media luna, llevan sobre sus cabezas, después de las pañoletas, una especie de penachos, que en Tecoanapa los llaman burriones. Los demás danzantes llevan sombreros finamente pintados y decorados, minucioso cuidado y estética formidable. Los sombreros llevan un espejo a cada lado.
            Todos los danzantes llevan máscaras de madera detallada con el más sublime decoro, camisa de manga larga blanca, excepto Los Negros. Todos llevan cascabeles alrededor de los tobillos, que suenan cuando los chareos bailan, simulando el estruendoso ruido de las batallas, llevan además pantalón de fina tela blanca y sobre éste, un calzoncillo rojo hasta las rodillas (sólo los negros llevan calzoncillo del color de su nombre), lucen también pañuelos rojos colgados de sus brazos y en las manos portan machetes, que hacen las veces de espadas.

La leyenda
La leyenda de los Chareos nos relata que durante un combate, los turcos asesinan al Señor Santiago, por lo cual, lo sucede en el trono el pequeño joven Santiaguito como nuevo rey de Galicia, pero éste a pesar del apoyo de los sesgos cristianos, se sentía incompetente para dirigir a su ejército, fue entonces cuando extraviado en su temor, implora el auxilio divino y la intersección de la Virgen del Rosario. Sumergido en el éxtasis de sus oraciones escucha un ruido estruendoso en el cielo, cuando vuelve sus ojos al firmamento, ve a su padre montado en un caballo blanco descendiendo de entre las nubes; en el lomo del corcel se distinguía un fierro con las iniciales: V.D.R. (Virgen Del Rosario).
            Cuando El Santiago y su hijo se reúnen, convocan a Los Negros cristianos, para planear un nuevo embate contra el ejército enemigo, pero no contaban con que los mahometanos secuestraran al Rey Zacol. Esto es a lo que la gente llama La Batalla de los Chareos”, cuando los cristianos luchan contra los ejércitos inmiscuidos en los combates, en dichas embestidas entran en escena: los cuatro capitanes abanderados, el alférez de la media luna, Los Pilatos (asociados con los personajes bíblicos de Anás, Caifás, Pilatos y Herodes. Por supuesto, también mal ubicados en el tiempo de las cruzadas).
Los Terrones, son dos varones (uno hace las veces de hombre y otro, de mujer), éstos están vestidos con overoles en algunas ocasiones color azul marino, otras veces caqui o grises; cubren su rostro con una máscara de madera pintada de rojo intenso, en la cual se aprecia una nariz pronunciadamente aguileña, una enorme sonrisa de bufón, que simboliza la mofa que éstos hacían de los cristianos, una cabellera rizada elaborada de totomoiste desmenuzado (envoltura de la mazorca de maíz); estos personajes externan un grito a manera de relinchido de caballo, como burla también del corcel del Señor Santiago, además riegan ceniza a los asistentes al espectáculo de la danza, como simbología del polvo que se levantó en las arduas batallas. El final de la danza consiste en el rescate del Rey Zacol, el triunfo de los cristianos y obviamente la recuperación relativa de Las Tierras Santas, ya que hoy en día se sabe que distintas asociaciones religiosas tienen acceso al culto y/o al turismo en lugares históricos donde se cimenta la fe cristiana, y que obviamente, se consideran exclusivos del judeocristianismo.
Los Chareos se despiden el  ocho de octubre en una larga calle del pueblo, en la colonia San Juan: guardan el Caballito y La Cajita en casa de una familia noble que ha servido de centinela de esta tradición de los pobladores. Es realmente conmovedor  ver a los habitantes, en especial los ancianos, llorar en la despedida del templo parroquial o la guardada del caballito, porque pudiera ser que ese sea el último año de sus vidas que aprecien la danza de Los Chareos, tan queridos por toda la comunidad tecoanapense.










TECOANAPA O CARTA A QUIEN PRETENDE GOBERNAR
Mario Enrique Sánchez en Ensayos literarios “Tecoanapeando”
Un municipio secuestrado por la ignorancia y la ambición
“Pobre entré a la presidencia y pobre salgo de ella, pero con la satisfacción de que no pesa sobre mí la censura pública, porque he dedicado desde mi tierna edad al trabajo personal; sé manejar el arado para sostener a mi familia, sin necesidad de los puestos públicos, donde otros se enriquecen con ultrajes de la orfandad y la miseria”
General Juan Álvarez Hurtado
Reza en la sabiduría popular mexicana el viejo y conocido refrán que dice: “cría cuervos y te sacarán los ojos”. Tal aseveración bien podríamos aplicársela a nuestro querido pueblo de Tecoanapa, Gro., el cual, de un tiempo a la fecha ha sido víctima de los abusos y arbitrariedades de nuestros laxos gobernantes, quienes en un abrir y cerrar de ojos, al conquistar la presidencia municipal, presea de oro y seguro elegante de vida, pasan de ser –sin menospreciar ninguna de las profesiones- simples profesores, licenciados o ingenieros, a grandes magnates, que no les basta pasearse por las  vergonzosas y embachadas calles de nuestro municipio en espléndidas camionetas o coches carísimos, sino que valiéndose de los impuestos públicos, adquieren propiedades en otros sitios del estado o de alguna otra parte de la república, consistentes en departamentos o casas de lujo, ganado de alta calidad o cuantiosas sumas de dinero aglutinadas en los bancos. Habría que hacer un fuerte llamado de atención y recordarles a estos plagiarios pseudopolíticos, que ellos están precisamente para servir al pueblo y no para servirse de él. Todo lo que aquí se expresa no es un mero ejercicio de malinchismo, es más bien un análisis político a manera de ensayo, que no hace más que expresar el secreto a voces que los tecoanapenses platican en cualquier lugar donde se reúnen para la charla, llámese comidas, velorios, asambleas, clubes de distracción, etcétera. Las charlas anónimas de los oriundos, versan sobre lo que los presidentes municipales, familiares e integrantes del gabinete hacen con las riquezas del municipio: lo antes ya dicho, los placeres en turno, la compra por cajas de los mejores licores; aunado a esto, el despotismo con que tratan a los ciudadanos cuando desean algún servicio legal, que le compete a la Honorable Ayuntamiento Municipal.
            Como ya dije anteriormente, Tecoanapa (entiéndase la cabecera y las comunidades que integran el municipio) son un pueblo secuestrado por la ignorancia, la ambición, la desidia, el nepotismo, la actitud déspota, las influencias, los malos tratos y por si fuera poco, la escasa o casi nula, ayuda al impulso y florecimiento de la cultura.
            El meollo del asunto no consiste simplemente en hacer bulla barata, en cuchichear a espaldas del alcalde en turno, a criticar las obras públicas o a decir la frase ridícula y bastante pobre en argumentos que expresan los habitantes de la cabecera: “de que robe un cuadrillero, mejor que lo haga uno de la cabecera municipal”. Esto último, deja ver con fatua claridad, la falta de consciencia civil, el exhibicionismo mediocre, el espíritu racista y la exclusión de los más pobres, como les llamara el escritor mexicano Mariano Azuela: “Los de abajo”. Siguiendo en la misma línea, yo me pregunto: ¿acaso los que se dicen o creen ser herederos de la cabecera, se sienten una clase superior, una estirpe real, un pueblo elegido, una comunidad consagrada o algo parecido? Sin el deseo de hacer proselitismo religioso, parece que por estos ciudadanos no ha pasado aquel pasaje bíblico, que narra cuando unos fariseos fueron al Jordán para ser bautizados por Juan el Bautista y éste les reprendió enérgicamente: “¡Raza de víboras!, se jactan al decir que son hijos de Abrahán; pues yo les digo que Dios puede suscitar de las piedras hijos de Abrahán”. Así pues, me vuelvo a cuestionar: ¿de qué se jactan ser los tecoanapenses?, acaso el pueblo de Israel, los herederos de la corona británica, los Hitler del siglo XXI o de plano… no comprendo.
            Existe una gran necesidad de analizar nuestra política en pañales, de exigir respeto a la prensa local que lucra con el dolor de la gente, o que simplemente, hace leña del árbol caído para vender sus publicaciones; esta distorsionada práctica del periodismo ha dado pie a que los políticos se agredan mutuamente, en lugar de diseñar proyectos en favor del pueblo; por si esto fuera poco, cuando sucede algún accidente, el enunciador o vocero de la noticia parece disfrutar sádicamente divulgándola, con una voz que más que informar, parece estar vendiendo en un tianguis, con tal de favorecerse económicamente a costa del dolor ajeno, y en muchas ocasiones la nota se exagera. En la misma sintonía, por supuesto que está permitido levantar la voz, pero estos medios de difusión, deben caer en la cuenta que la libre expresión es una praxis social responsable y por lo tanto la ética profesional, es imprescindible.
Si bien es cierto, Tecoanapa ha sido víctima de abusos; es, metafóricamente, un pueblo en terapia intensiva, una copia cursi del lumpen romano, del cual decía el emperador: “al pueblo, pan y circo, para mantenerlo tranquilo y contento”; o quizá, como decían los déspotas ilustrados: “todo para el pueblo… pero sin el pueblo”. Aunque también se dice que cada pueblo tiene el gobernante que se merece.
            Por otro lado, somos humanos, tenemos defectos y errores. No es una disculpa, pero nuestro pueblo se caracteriza también por ser hospitalario, colorido, ameno, espléndido, o como diría -en su libro Tecoanapa, Guerrero: su historia, anécdotas y vivencias- el laureado profesor J. Concepción Mendoza Espinosa, “un lugar del cual siempre quisiera acordarme”.
            Pues bien, estimados conciudadanos, ya basta de ser presa fácil de aquellos que se valen de nuestra buena voluntad, de nuestros impuestos, de nuestro trabajo y de nuestro voto, para enriquecerse ilícitamente. Se avecinan próximamente las elecciones municipales y todos contamos con un panorama prácticamente general de los presidenciables; a algunos los conocemos, hemos convivido o charlado con ellos, es por esto que no debe haber cabida a votar equívocamente; hagamos un serio discernimiento político-social, para elegir a la persona idónea que nos conducirá al progreso con la frente muy en alto, por caminos de justicia y rectitud; que no nos engañen, que todo lo que prometan en campaña, lo firmen y lo cumplan, teniendo como testigo a todo el municipio, y con base en esto, será el pueblo quien lo siente y será el pueblo mismo –en caso de mal gobierno- quien lo derroque; sometámoslos a debate para que toda la comuna conozca su plataforma política, que no compren nuestro voto, no seamos cómplices de tres años de retraso, antes bien, seamos partícipes de tres años de unión y progreso. Cuando se realice una obra pública no digamos la hizo fulano, zutano o perengano, mejor digamos la hicimos todos, la hizo el pueblo, porque ¿qué candidato de su propia bolsa realiza trabajos de carácter social o eventos magnos en beneficio de los demás? Solamente cuando requieren el voto, se portan amables, nos saludan de mano, se presentan en actos de concurrencia para regalar cosas esperando el tan anhelado voto, haciendo proselitismo engañoso. Otro fuerte llamado a los candidatos presidenciales y simpatizantes políticos, es que tenga lugar en ustedes, la tolerancia, el respeto, la dignidad, y recuerden que el que roba a su pueblo, se roba sí mismo, como ya lo dijo el refrán: “el que con lo ajeno se viste, en la calle lo desnudan”. Sean ecuánimes, que no los señalen con el dedo en la calle, que no se diga que sus propiedades sólo las pudieron adquirir cuando llegaron a la presidencia municipal, que no los tachen de viles traidores a su pueblo y a la democracia, eviten ser una verdadera pena, una vergüenza para sus hijos y demás familiares, por el contrario, sean su orgullo, su ejemplo a seguir. Más específicamente, para el partido que resulte electo, no gobierne y beneficie sólo a su gremio, olvídese de la contienda y gobierne con justicia para todo su pueblo; que el móvil de sus acciones sea siempre de interés común, o por lo menos, mientras funja como autoridad.
            En conclusión, ofrezco disculpas si alguna persona se sintió agredida, nunca ha sido, ni fue mi intención en este escrito ofender a alguien, por el contrario, quisiera que mis palabras no se etiqueten como ideas quijotescas, fuera de lugar, sino más como una humilde invitación a reflexionar y analizar, quiénes somos, en qué nos hemos convertido, hacia dónde vamos, qué vamos heredar a nuestras nuevas generaciones. Unamos fuerzas, diseñemos un trabajo colegiado tanto asociaciones civiles, políticas, religiosas y demás. Recordemos siempre que “más vale morir en pie, que toda una vida de rodillas”.












DOS LECCIONES DE VIDA

Mario enrique Sánchez

Lo que aquí presento no son retratos; ni siquiera bocetos o apuntes, sino sólo el trazo de ciertas huellas que estos dos grandes hombres que me interesan han dejado en mi memoria, en la tierra, en la arena y en el aire, y que yo he recogido y trato de preservar. Charles Lamb declaró en su autobiografía de una página que la acción más importante de su vida había sido atrapar una golondrina en pleno vuelo, y puso a su mano como testigo. Las dos lecciones que aquí aparecen, son dos maestros ilustres que conocí en momentos muy diferentes de mi vida y de sus vidas, con mi pluma como único testigo.
Mauro Mendoza Espinosa y J. Concepción, de los mismos apellidos, debido a su filialidad de hermanos de padre y madre, fueron y son, aún después de muertos, figuras importantes en mi vida cotidiana e intelectual, y en la de muchos tantos como yo. En este brevísimo escrito, trataré de narrar mi encuentro con estos valiosos hombres, expondré sus sabias enseñanzas para con mi humilde persona, describiré imágenes literarias y perspectivas que tengo de ellos y argumentaré mi postura de discípulo de estás eminencias. Es curioso además descubrir, que por las distancias generacionales en el tiempo y el espacio, aunque nunca escuché una sola de sus clases, siempre los he visto como mis maestros de la vida.
A cinco años de la muerte del profesor J. Concepción, sus familiares presentan su segundo libro póstumo titulado “Sentimientos de la Región”; y a un año exactamente del deceso físico, del maestro Mauro, se le recuerda con una conmemoración digna de su ser.






MAURO MENDOZA ESPINOSA

El Tecoanapense que llegó a ser Maestro Emérito de La Nación

Mario Enrique Sánchez R.

El maestro Mauro Mendoza Espinosa nació el 11 de noviembre de 1917 en Tecoanapa, Guerrero y falleció el día 10 de febrero del año 2009, en Tulyehualco, en la delegación Xochimilco del Distrito Federal. Fue profesor de educación primaria, secundaria y catedrático distinguido de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros (BENM) en la ciudad de México. Fue Director de escuelas primarias y secundarias. Su labor docente fue extraordinaria en toda la extensión de la palabra. Fue un educador innato, nació para ser maestro: su desempeño en las aulas fue excelente, realmente interesaba a sus estudiantes en los temas académicos y los embelesaba al escuchar sus clases; sus conversaciones, tanto intelectuales como cotidianas, eran sumamente interesantes; se entregó de por vida al magisterio, impartiendo cátedras, educando niños, adolescentes y adultos.
            Fue tan grande y valioso su profesionalismo en el sector educativo, que la Secretaría de Educación Pública lo premió merecidamente, otorgándole el Título de Maestro Emérito de La Nación, en una digna ceremonia en el Palacio de Bellas Artes, en la sala “Manuel M. Ponce”, donde se le entregó este gran reconocimiento.
            Acertadamente la SEP, le dio el título de Maestro Emérito al profesor más destacado en su trayectoria de educador incansable. El profesor Mauro Mendoza Espinosa, es el único Tecoanapense hasta la fecha con esta mención de honor, y el primero en el estado de Guerrero. Sin el afán de presunción, son muy pocos los que han alcanzado esta presea y es un verdadero orgullo para el pueblo de Tecoanapa, tener entre sus hombres ilustres a tan laureado preceptor: un tecoanapense de cepa y era; un guerrerense digno y un reconocido maestro en toda la República Mexicana.
            Desde la fecha de su muerte hasta la fecha, su gente le recuerda como un gran hombre, un excelente profesor y un conversador excelente, que jamás olvidó sus raíces humildes y a su querido pueblo Tecoanapa.
            Fue hermano del profesor J. Concepción Mendoza Espinosa, con quien siempre se apoyaron mutuamente, se profesaron en todo momento un amor infinito, a tal grado que el también maestro J. Concepción Mendoza, muere un 10 de febrero del año 2005, y cuatro años más tarde, el mismo 10 de febrero, poéticamente muere el maestro Mauro, uniéndose a su amado hermano en la misma fecha, para habitar juntos el parnaso eterno de la muerte.




























MAURO MENDOZA ESPINOSA

Mario Enrique Sánchez R.

En un texto bíblico, san Pablo refiere que cuando era niño, hablaba como niño, pensaba como niño y actuaba como niño; pero ya en su etapa adulta, aprendió a ser un verdadero hombre, y hablar, y pensar y actuar como tal. Cuando yo era niño, escuchaba en casa de mi madre anécdotas sobre un hombre que se llamaba Mauro Mendoza Espinosa, y las personas de mi familia materna hablaban de él, con un religioso respeto, admiración y cariño inmenso. Yo acostumbrado a no verlo, me lo imaginaba como un anciano lúcido, que en mi mundo de significaciones infantiles no tenía otro elemento, más que la del hombre senil, que en algún momento de la vida tendría que conocer, antes de que la muerte nos sorprendiera a cualquiera de los dos en cualquier momento. La muerte siempre fue un tema que revoloteó en mi mente desde mi corta edad, y me daba miedo que esta equitativa señora, no nos dejara conocernos. A pesar de nuestras edades: él un viejo sabio, de mundo y cultura universal extraordinaria, y yo un infante neófito, nacido en un pueblo pobre, y criado en el seno de una familia humilde, a la sombra de mi madre y de mi abuela, que de tanto hablarme de “Mi tío Mauro” como le decía mi madre, y de “Mi hermanito Mauro”, como recuerdo con las lágrimas en mis ojos al escribir esto, le decía mi abuela, llegué a quererlo aún sin conocerlo.
Después de mucho andar por los arduos vericuetos de la vida, y transformar mi existencia en la de un trotamundos empedernido, tuve la oportunidad, sin merecérmela creo, de viajar a la ciudad de México para una realizar mis estudios profesionales. Durante este tiempo, con el hambre de triunfo y el egoísmo arraigado en mi ya no tan humilde, sino soberbia persona, no recordaba o prefería no acordarme, de mis sueños y anhelos que tejí en mi pueblo, un rinconcito en la costa del estado de Guerrero, y del cual también era oriundo el maestro Mauro.
Recuerdo que una ocasión, un hermano de mi madre, muy cercano al hombre protagonista de este texto, me invitó a Tulyehualco, con motivo del cumpleaños de su querido tío Mauro. Me negué, debo confesarlo, en principio porque estaba enojado con la vida, y le reprochaba mi miserable destino, lo cual me impedía socializar con mis semejantes, me negué también porque mis sueños de infancia se habían esfumado y pensé además, que un tipo tan raro como yo, no tendría porque importarle al hombre que mi madre y mi abuela, sin decírmelo, me enseñaron a querer y a respetar. Después de pensarlo durante unos tres días, volví a recordarme en las escuelas que estudié en Tecoanapa, me volví a ver cruzando el río de Francia, echándome clavados en la poza del Cura y recorrer a pie la Bomba, la poza del Gato, el Fraile, hasta llegar a las Cazuelas, y recordé cómo en esos mágicos lugares, en mi infancia repetía para conmigo mismo:
-Algún día conoceré a mi tío Mauro.
El momento había llegado, y yo tenía un miedo inexplicable de conocer a uno de los hombres que más me interesaban.
El escenario de nuestro encuentro, fue su casa en Tulyehualco, y tal fue mi sorpresa que cuando una de sus hijas le anunció mi presencia sin decir mi nombre, sólo refiriendo:
-Papá está aquí el hijo de Elsa, vino a visitarte.
Sorpresivamente fue un mar de emociones para mí, escuchar en sus labios mi nombre, no lo hizo preguntando, sino con toda la seguridad del mundo con un tono afirmativo.
-Mario.
Aquel hombre que yo admiraba sin conocer, y que pensé que mi persona era totalmente ajena a él, me dio una de las grandes lecciones de vida. Me refirió sus años mozos en Tecoanapa, la paupérrima situación económica que tuvo que sufrir desde muy pequeño, la entereza para dejar su pueblo y convertirse en un hombre de provecho. No solamente hablaba el anciano sabio, todo Tulyehualco y Tecoanapa, hablaban en sus coherentes palabras, su casa, su sillón, su bigote y cabello blanco, su pierna izquierda cruzada totalmente sobre la derecha, y sus cuadros fotográficos, con sus alumnos de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, afuera del auditorio que lleva el nombre del maestro Lauro Aguirre y el galardón de Maestro Emérito de la Nación, fueron el mejor escenario de nuestro prolongado encuentro, con mi pluma, como único testigo, para plasmar con tinta indeleble, la tan amena, melancólica e inolvidable charla, en la cual yo casi no hablaba, por el júbilo de escuchar a uno de los hombres más sabios que la vida me ha permitido descubrir.

































J.CONCEPCIÓN MENDOZA ESPINOSA

El maestro de maestros

Mario Enrique Sánchez R.

Escribir es una de mis grandes pasiones, y resulta un verdadero placer arrastrar la tinta para que los demás conozcan lo que uno piensa, lo que uno crea y recrea, lo que uno siente, y lo que uno vive como si se estuviera viviendo el último e inevitable día. La vida del escritor es ingrata, pues éste tiene que aprender a vivir con la soledad como compañera definitiva, hablar y escribir por él, pero también hablar y escribir por los demás. Gabriel García Márquez, refirió en alguna ocasión, que él era escritor por timidez, que su verdadera vocación era del prestidigitador, pero que se ofuscaba tanto tratando de hacer un truco, que tuvo que refugiarse en la soledad de la literatura.
            En algún momento, o más bien dicho, durante gran parte de su vida, el maestro J. Concepción Mendoza Espinosa, habló y escribió por los demás, y creo que lo hizo llorando y riendo al mismo tiempo. Hoy que yo he decidido escribirle algo, estoy llorando y riendo, literalmente, recuerdo a este hombre, y de mis ojos está brotando llanto, y también sonrío con nostalgia, recordando sus ocurrencias propias de un intelectual, en toda la extensión de la palabra.
            El profe Chon, como una gran mayoría le decía, y aún le dicen, fue un pionero de la educación en el municipio de Tecoanapa, y también niños y jóvenes de la ciudad de México tuvieron la fortuna de escuchar sus clases. Muchas personas, somos lo que somos porque tuvimos la fortuna de conocerlo y vimos en él, un paradigma de triunfo. No pretendo hablar por los demás, me remitiré a hablar de cómo descubrí a J. Concepción Mendoza, de cómo sin ser su alumno de aula, me convertí en su discípulo.
            Lo conocí desde muy pequeño, allá en nuestro Tecoanapa, Gro. Él, acostado en su hamaca, con los ojos cerrados, los pies cruzados y sus manos tras la nuca. Yo, sentado en un sillón de su casa, escuchándolo con atención. A él le debo haber tenido mis primeros acercamientos literarios con La Ilíada y La Odisea, de Homero, el gran poeta griego; me platicaba de la honorabilidad y valentía de Rodrigo Díaz de Vivar “El Cid Campeador”, en la reconquista de España; riéndose, me hablaba de las aventuras del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, y con un divertido análisis me explicaba el papel de Don Quijote, lo que representaba Sancho, su regordete escudero, su gran amor por la hermosa y siempre bella, dueña y señora de su corazón, Dulcinea del Toboso, que en realidad era la sucia y humilde campesina Aldonza Lorenzo, y de todos los personajes de la novela, que habitaban en su memoria. Poseía una mnemotecnia privilegiada y asombrosa.
            Me habló de muchas cosas, de religión, de filosofía, de geografía de México y del mundo, de historia nacional y universal, de ciencias sociales y políticas, de español, de matemáticas, de costumbres y tradiciones de los pueblos y de las grandes metrópolis. Fui un infante y un adolescente realmente afortunado, porque conté con un gran maestro, que me instruía con un gran sentido humano. Tiempo después cuando profundicé en el conocimiento, me sentí como Alejandro Magno cuando fue educado por el mismísimo Aristóteles.
            Aunque yo sabía que él tenía obras literarias, no lo concebía como un escritor, porque yo no sabía a ciencia cierta qué era ser escritor, ahora que he leído su vasta obra, me alegra mucho más haberlo conocido, y me entristece en alta medida no haber estado presente en la muerte del hombre que más he aprendido: mi gran lección de vida.
            Él fue una especie de patriarca para su familia, a pesar de ser profesor, siempre me hizo ver que él quería que yo fuera ingeniero agrónomo, y nunca supe porque me lo decía. En ningún momento me insinuó estudiar para ser maestro, y aún ahora, a pesar de ser profesor de carrera y escritor por vocación y soledad, no me asumo como un verdadero maestro y posiblemente nunca me dé cuenta cuando lo sea o quizá no llegue a serlo nunca, pero sí sé que gracias a las Dos lecciones de vida, encarnadas en las personas de Mauro y J. Concepción Mendoza Espinosa, he aprendido que el conocimiento se fortalece dándolo.


Algunos datos históricos de Teconapa, Guerrero

Ø  Tecoanapa fue fundada por los Tecoantlas de Tixtla en 1672.
Ø  Su nombre es un vocablo náhuatl, que en español significa Río de Fieras o Barranca del Tigre.
Ø  Se convirtió en Cabecera Municipal en 1842, por solicitud que hiciera el coronel Florencio Villarereal al entonces Presidente de la República Don Joaquín de Herrera.
Ø  Tecoanapa pasó a formar parte de Guerrero cuando éste se erigió Estado el 27 de octubre de 1849.
Ø  La danza de los Chareos inició con la bajada de la Cajita un 24 de julio de 1884.








“Pero ¿qué voy a decir yo de la poesía?, ¿qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo?, mirar, mirar mirarlas, y nada más. Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores. Pero ni tú ni yo, ni ningún poeta, sabemos lo que es la poesía…”
Federico García Lorca



Mario Enrique Ramírez

*
Poemario
“Si el tiempo pudiera volver”

























ISABEL
Versos a mi abuela




Con insistencia en la espera
de un poema de mis labios
y con la tinta en sus manos,
me pidió que le escribiera.

Yo no sabía qué escribir
a la petición de aquel verso,
si no fuese guardar silencio
buscando escapar de ahí.

Desconcertado entre tanto
sólo haciendo caso omiso;
ella postrada en el piso
enjugando en mis pies su llanto.

Como una madre a su hijo
otorgándome su fe,
sólo abrazada a mis pies
tocándolos con su sien, me dijo:

“como escribiste a las flores
hazlo ahora para mí,
yo quiero escucharte a ti
para calmar mis temores;
pues de mis muchos amores
sólo tú me has escuchado
y hoy que estás devastado
yo quiero escucharte a ti.

Tu verso será mi orgullo
si en la estrechez caminamos,
tomaditos de la mano
como cuando eras niño,
hasta un cielo enormecido
para alabar al señor,
iremos juntos los dos
hasta la eternidad unidos…”

De pronto azotó la puerta.
Lúcido entonces volví,
mirándome sólo allí…
descubriéndola ya muerta.

¡Ay qué linda es mi viejita!
que me inspiró al escribir,
y mi verso quiso oír
mi querida Chabelita.

Con su tinta en mi papel
pude plasmar sus versos,
y en mi frente ella sus besos…
mi amadísima Isabel.




















CALAVERAS NORMALISTAS




La Normal está de luto
La Muerte se vio venir;
se llevó a todos los brutos
del Consejo Estudiantil.

Los directivos de la Escuela
parecen estar muy tiernos,
ahora se muerden la lengua
dirigiendo los infiernos.

Sí que son convenencieros
y a La Flaca llaman tía
por eso ya se murieron
los barberos de Biología.

La Muerte se va a llevar
a quien le apesten los pies,
cómo vino a resultar
que esos fueran los de Inglés.

Por ser guapos los varones
y aplicados en su rol,
La Flaca perdonó a todos
los que estudian Español.

Los de Matemáticas dicen
que su intelecto deslumbra,
y ahora van a echar raíces
cuadradas, como sus tumbas.




Los que eran de Geografía
a La Flaca daban guerra.
Por eso los mandó a estudiar
siete metros bajo tierra.

Los de Química preguntaban
los de Física respondían.
Y La Muerte se carcajeaba
pues todos se morirían.

A los maestros de la Normal
La Calaca arrió con pena,
Pues no iban a trabajar
Pero sí a cobrar quincena.

La Normal está muy triste
La Huesuda la quiso tanto;
la quitó de ser escuela
y la convirtió en camposanto.

A los trabajadores flojos
que “laboran” en la tarde.
Por andar de revoltosos
ahora en las llamas arden.

La Catrina está muy contenta
le salta su corazón.
Mientras las “secres” lloran
la muerte de director.




Mas no lloran de dolor
al director abnegado
lloran de preocupación
porque no les había pagado.

Las de Pedagogía y Psicología
presumen de ser bonitas
por eso te pido Flaca
probar sus dulces boquitas.

La Flaca los llevó al infierno
ellos soñaban  la gloria,
siempre fueron ilusos
los que estudiaban Historia.

Y aguadas me gustan más
porque me lastiman menos…
yo les hablo de las tumbasde lo demás... no sabemos.


Yo pa’ asegurar mi vida
me enamoré de La Muerte
y tuve tan buena suerte
que actualmente, es mi querida
y ahora me siento más fuerte
porque la tengo parida.




TECOANAPANECA

Tecoanapaneca hermosa
de mirar encantador,
de tus labios el sabor
me has dejado. Primorosa.

Bella mujer costanera
ojos color de sombra,
quien te quiere así te nombra
mujer color de palmera.

Quien en tus ojos se viera
guapa chiquilla traviesa,
así como el viento te besa
así también yo quisiera.

Tus virtudes trigueñita
te las da mi tierra hermosa,
bella mujer candorosa
de forma siempre bonita.

Cuando por el agua vas
con tu barro en la cabeza,
esbelta niña traviesa
hecha para mí nomás.

Cuando en la arena dejaste
la huella de tu pisada,
me recuerda tu morada
que entre arroyuelos dejaste.

Aún recuerdo tu voz
como olas del mar azul,
que se mecen en el tul
con un ritmo de arrebol.




Tu boca incita mis besos
más tus rizos mis caricias
y en tu cárcel las delicias,
deseo me tomen preso.
































VERSOS A MI MADRE

Son vastos los poetas que  han escrito,
los grandes trovadores te han cantado,
te alojas en su pecho enamorado
como te impregnas en mi corazón contrito.

Nueve son tus meses de ilusión
esperando la razón de tu existir,
palpita en tu vientre su vivir
del neoser que albergas con amor.

Como anunciara Gabriel a La Madona
alguien te anunció el nacimiento
del pequeño que das vida y aliento
por la tarde, la noche y la mañana.

¡Cómo imaginar tu gozo madre!
ni siquiera aludir el día del parto,




fuese en un establo o en un cuarto,
parir, sólo una vez lo haría el padre.

¿Por qué apellidarse como el padre?
Pues cuán más ruin ha sido en la historia,
¿por qué guardar su nombre en mi memoria?
Cuando orgulloso portaría el de mi madre.





























NOMBRE DE FLOR

Mario Enrique Sánchez R.


Como anhela la tierra al sol
fue lindo quererte a ti,
como buscan mis ojos luz
como aquella en la que te vi.

Dicen que es grato el amor
volcándolo todo en sí,
más amable es el dolor
si no te tengo yo a ti.

Frías copas de licor
me acompañan a momentos,
brinda conmigo el dolor
pues me consume este tormento.

Quererte recuerdo ahora
que amé tu cuerpo aunque de hielo,
amé tu boca seductora
también tus ojos y tu pelo.

Cuidé el mínimo detalle:
el roce de tus manos tiernas,
amé verte por las calles
y hasta la cicatriz en tu pierna.

Aunque no tiñas tu pelo
tu belleza no se aleja,
eres bella como el cielo
sin depilarte la ceja.






Y en el corazón no se manda
alguien lo dijo así,
seguir sin tu amor viviendo
más valdría mejor morir.

Aún sobre tu pecho suave
deseo inspirar mis versos,
y que todas mis penas lave
el divino néctar de tus besos.

Eres la flor más linda
predilecta en mi vivero,
aunque ya no estés conmigo inmensamente te quiero.

















APOLOGÍA DEL VINO

Mario Enrique Sánchez R.

Ahora estoy en la taberna
degustando de un buen vino,
aunque parezca que estoy solo
la soledad  está conmigo.

Hoy me han abandonado…
mis amigos, parientes y paisanos,
la mujer que me colmó de besos
se muere en este sorbo mis hermanos.

Todos gritan, cantan, se lamentan…
el alcohol es escudo en su momento,
el mañana para ellos ya no existe
pero sí, el mayor de sus tormentos.












Señores hoy brindo con delicia
sin perder mi estilo fino,
aunque me aterra la muerte
que se vaya al diablo con el vino.

También me acuerdo de mi Tierra
y de mi triste desatino,
ella merece la gloria
él, ni la resaca de los vinos.

Fruto bendito de la vid
bebido en la última cena,
convertido en las bodas de Caná
para olvidarse de las penas.

¡Que se mueren las neuronas!
y se malinterpretan besos,
pero se puede inspirar así
el más dulce de los versos.

El vino en sí no es malo
y sólo a estúpidos destruye,
como pasa con algunas…
también a él lo prostituyen.
















AMARGO ADIÓS

Mario Enrique Sánchez R.

Te conozco aún sin conocerte
paciencia mía, prorroga perpetua,
despedida de mi vida no deseada,
mujer nunca mía, otra vez perdida…
fuiste otra flor por mí no deshojada,
caricia excluida de mis manos,
mejillas bravas las tuyas sonrojadas
que por miedo al amor seguirán tristes,
frías, eternamente y para siempre vacías,
porque prefieren esbirros y tonterías
en lugar de auténticos  amantes…
hoy te vas. Amargo adiós de mis días,
tú, tan tonta como hermosa
semejante al hermetismo de la rosa,
que no abrió sus pétalos al dolor ajeno
de sus padres, del hijo, de la mujer que comparte las mismas caricias,
los mismos besos,
las mismas malditas delicias…
eres recuerdo del beso que nunca nos dimos,


del libro que nunca juntos leímos,
del vino que te negaste a beber conmigo,
el vericueto hermoso que no caminamos,
la palabra que por estúpido cuidado estético,
maldita sea, ni tú ni yo, nunca dijimos…
cuánto me dueles, cabello ensortijado,
cuerpo para mí virgen, no explorado,
fruta  virtuosa de gloria y de pecado
que por temor a la desnudez
de nuestros cuerpos, no mordimos…
burro y flauta, que lloran a la vida
por temor a la grandeza humana,
fábula de Monterroso, que a ti y a mí
mereciéndolo nos abofetea
y sin merecerlo, nos invita al amor …
¡oh maldita hermosura tuya!
bendita tú, por ser divina,
por rechazar este amor,
que el llanto sin lágrimas,
convirtió en poesía…



VERSOS A UN POETA

Mario Enrique Sánchez
En Apuntes literarios “Tu fina estampa”

Poeta mío distinguido,
impaciente varón que no disfruta
del tiempo fructífero de la vida,
deseando que la precipitación fluya
al calor de los amores ya tenidos.

Tú tan abierto de besos y caricias
y yo pensando en la agonía,
no soy inmune al dolor ajeno,
pero a quién le importa
cuando sólo soy representativa.

Mi auténtico varón sería igual tonto
a quien yo deseara y nada me ofreciera,
pues cada cual tiene amor a su persona.

No es cobarde quien no lucha por un propósito marcado,
sino quien se da por vencido antes de atreverse a enfrentarlo.




Tú tan distinguido orador y escriba
no combina conmigo, mácula y vacía,
opacaría tu plenitud, tu don, tu supremacía,
tú tan culto y yo pobre mendiga.

Admirada de ti está mi alma
conocerte yo más quisiera,
especial sos para mí, mientras
tu maldito y valioso tiempo
no sea siempre tu impaciencia…
si soy pérdida de tus esfuerzos
por esperar victoria, lo lamento
pero mis sentimientos, aunque
los concibas cerrados
para ti siempre estarán abiertos…












J. CONCEPCIÓN RAMÍREZ

Un día veintiuno de mayo
esto pasó en Tecoanapa,
arrestaron a Chonquito
lo acusaron unas ratas,
viven ahí mismo en el pueblo
pero no dieron la cara.

El AFI llegó a la casa
del tipo que yo les digo,
encañonando a su esposa
y espantando a los vecinos.

Chonquito andaba en la calle
comprando pal desayuno,
se encontró con don Panuncio,
le dijo: “te buscan primo”.

Una mujer dijo a Chon
está sitiada tu casa,
si quieres le das la vuelta
y ahorita te les escapas,
pero éste le contestó:
“yo a nadie le debo nada”.

Los agentes federales
buscaban comprometerlo,
sólo encontraron un rifle
lo demás fue puro cuento.

Acusado de secuestros
el luchador perredista,
lo involucran en guerrillas
lo acusaban los priistas,
pues estaban preocupados
por no llenar sus bolsitas.

Estuvo tres meses de arraigo
Pa’ ver que le encontraban,
Pero a un hombre que es honesto
No le encuentran cochinadas.

Don Chon volvió con su gente
que le quiere en Tecoanapa,
mientras los que lo acusaron
metían la cola en las patas.


Wences aquí está tu esposo,
Chabe está bien tu hijo;
En Tecoanapa, Guerrero
Por todos es muy querido.

Al militar retirado
yo con esto lo saludo,
él se llama Concepción
y Ramírez, de apellido.









J. CONCEPCIÓN MENDOZA

En febrero dos mil cinco
esto fue lo que pasó,
en Tecoanapa, Guerrero
el profesor Chon murió.

Tus hijos y tus paisanos,
tus alumnos y sobrinos;
siempre te recordaremos
cantándote tu corrido.

El sábado en el entierro
tu gente rompió en llanto,
por ser un hombre valioso
todos te queremos tanto.




Tu hermano Mauro lloraba
sin esperanza ninguna,
ahogando sus tristes gritos
alrededor de la tumba.

Adiós maestro querido
te reúnes con tu esposa,
tu nombre no se me olvida
José Concepción Mendoza.

En Tecoanapa, Guerrero
nunca se te olvidará,
porque en nuestros corazones
tú por siempre vivirás.





































LOS AÑOS MOZOS
A Gabriel García Márquez

Durante el café vespertino
nos acordábamos de ti
evocando el amor de Florentino.

En los tiempos del cólera unas mujeres decían
imposible no sentirse una Fermina,
la Diosa Coronada que fulmina
a dos hombres que su amor ya padecían.

Las mujeres que hablaban en la charla
envidiaban a Mercedes, tu mujer,
quisiesen de Gonzalo madres ser,
para hablarle de la estirpe de tu raza.

Cien años no bastarían mi buen Gabo
para recordar la magia de tus cuentos,
aunque de soledad fuese el recuento
el mundo te anhelaría con agrado.



Los años mozos en Macondo
los Buendía nunca olvidarán,
cuidados siempre por Úrsula Iguarán
e iluminados por Melquíades el gitano.

Las putas tristes de Aureliano
que acostaste en su memoria sin igual,
no parieron hijos con cola de animal
como te contaban tus abuelos colombianos.

Los bramidos del buque del obispo
anunciaban para mí ya tu llegada,
a Santiago Nasar su muerte anunciada
y a tus lectores la miel del obelisco.

El coronel perdido entre la hierba
no tiene quien le escriba el oficial,
ha perdido hasta un gran amor filial
y por último manda todo a la mierda.

Imposible leerte y no amarla,
tu hermosa tierra Aracataca,
a quien al mundo con amor atas
y yo deseo vivir para contarla.


































































 LA MUERTE DEL POETA

Mario Enrique Sánchez R.

¡Qué feo y qué bello
que muera un poeta!
que feo por lo injusto,
que bello por lo que era.
que feo por los novios
que bueno por la prensa,
que se mueve por la moda
que se pierde entre la mierda.

Y se muere y se acaba
exánime en la zozobra,
quizá algún amor nocturno
le recuerde entre sus horas.

Ya te fuiste Octavio Paz,
ya te fuiste buen Sabines,
¡qué tristeza dan ahora
los llamados querubines!

Los ángeles encarnados
en tus versos buen poeta,




incrustando en las doncellas
el amor como saeta.

Aún lloro tu muerte
como glorifico tu vida,
quiero escuchar tus versos
y embriagarme de tu tinta.

¡Alegraos capitalistas!
ya se murió el poeta;
alégrense los mediocres
que la vida ya está muerta.
¡púdranse en los bancos!
llénense de tarjetas,
compren el mundo entero…
que ya se ha muerto el poeta.

Ambulantes de la muerte,
sedentarios de la esquina,
ya se ha ido de entre ustedes
el más amante de la vida.






















EL LADO QUE NO VEMOS

Mario Enrique Sánchez R.

El cielo, del lado que no vemos
guarda a Dios y a mis abuelos,
y de éste que nos circunda
las aves revolotean el firmamento.

Y se retrata acá en la tierra
en los ríos, mares y océanos,
en pedazos de lagos y en la pila
que se encuentra en nuestro patio.

He mirado los barcos del espejo
y el paradisíaco puerto enamorado,
a los niños jugando con las olas
desde estos gigantes de cemento.

Pienso en la vanidad de Dios
que creó  su espejo acá en el suelo,
para mirarse hermoso, limpio, callado,
desde allá, donde está con mis abuelos.

Mirando el mar y el cielo
he encontrado mis recuerdos,
en las olas, mis batallas
y en las nubes mis anhelos.



Quisiera seguir viviendo,
muy cerquita del mar inmenso,
y para cuando muera habitar,
el lado del cielo que no vemos.




























ODA AL CARPINTERO

Mario Enrique Sánchez

Oye amigo carpintero
algo te voy a escribir.
En lugar de incienso y oro
te ofreceré mi sentir.
El que nació en un pesebre
recostado en paja vil,
siendo el rey de los reyes
de la estirpe de David.
Tu infancia y tu juventud
nunca yo las conocí,
hasta que apareciste un día
con tu barba varonil.
Predicándonos amor
entre la multitud te vi,
dando de comer a todos
cual maná en el Sinaí.
Curabas nuestras dolencias,
Médico, Pastor, Rabí.
Prometiste en tres días
volvernos a construir,
y fuiste reo de muerte
de aquel tribunal senil.













Oye amigo carpintero
en tu taller de pulir,
¿imaginaste sobre maderos
en forma de cruz, morir?
La inquisición de tu tiempo
ya no te quiso ni oir,
cuando te mandó arrestar
allá en el Getsemaní.
Después de aquel juicio injusto
al Gólgota te seguí.
Tú decías a las mujeres:
“ya no lloraís más por mí”.
En el lienzo de Verónica
quedó tu rostro infeliz,
calumniado por aquellos
que te decían seguir.
Tu cuerpo ya desfallece
se acerca al último fin.
Sucumbiendo en tu muerte
derramando carmesí.
Oye amigo carpintero…
me has enseñado a vivir.


REPROCHE DE UN POETA
Desde antes de formarme aún
en la penumbra habitaba ya,
en el vientre materno
la placenta indeleble
que abraza todavía mi cuerpo
me anunciaba el amargo placer,
mi amoroso tormento.
Sin tener también la culpa
nacería bastardo, simple, amargo.
Mi aurora de hiel
me tendría su regalo,
sería un infante solo,
quizá no como para morirme llorando
pero sí en espera de nada
que me dijera algo.
Esto era yo, mi rostro no era de durazno,
era un barro, no ese lodo,
materia prima de belleza, de arte,
sino el grano que se contrae
y después se expande
y se revienta frente al espejo de luna,
testigo mudo, amigo amable.
El medio día de mi vida
también fue crudo,
no llegó a matarme,
cobarde siempre en monotonía,
mediocre en todo el ser,
quizá cursi hasta en lo que me gusta,
escribir poesía,
leer un libro, escuchar la  misa,
tomar una copa, enamorar una musa,
llevarla a la cama con culpa,
con ganas, desnudarla con disfrute
y poseerla sin gozarla.
Mi ocaso implacable pintó lo mismo,
una mona lisa que ríe llorando,
después de la tormenta
un pastor con su rebaño,
un Juan Rulfo que narra un Pedro
Páramo,
una soledad propia, un amor lejano,
otro día sin sol, el mismo oscuro cuarto,
sobre mi mesa una copa y un cigarro,
y en mi mente algo que no he escrito,
quizá novela, quizá cuento, quizá poemario.
Esto era yo en el vientre,
en mi aurora y en mi ocaso,
solo, con papel, con tinta
y mirando mi pasado.
Nervo dijo a la vida nada te debo, nada me debes, estamos en paz.
también yo igual que él te bendigo, pero a mí… me quedas debiendo.
NUESTRA PALABRA

Mario Enrique Sánchez R.

Estreché tu mano suave,
 y la mojé con mis nervios,
como mis labios también mojaron
tu mejilla tersa que me llevó al cielo,
que con sólo cuatro letras
tus labios me dijeron…hola.
Pasó el segundo, el minuto, la hora,
el día, la semana, el mes, el año…
y cuando incontables veces te miré
en la escuela, respondiste mi saludo
con nuestra simple palabra…hola.
Creo que nunca supimos nuestros nombres, o al menos el mío se te olvidó,
cuando me decías hola,
imaginaba yo que el coro celeste
tocaba la puerta de mi oído
para pronunciarlo con la dulzura,




que sólo tu voz emana,
aunque sea lacónica, despreocupada, dispersa, lejana, sublime, lozana.
Yo sí recuerdo tu nombre,
no lo digo porque no te sé mía,
me conformo con decir hola,
aunque solamente yo sepa
que te estoy diciendo ¡qué hermosa,
qué bella, qué piel de seda, te amo,
te deseo, me encantas, me hieres, me matas, me redimes, me extravías, me encuentras! Todo eso me has hecho
con sólo decirme hola.
¿Dónde estás que no te veo?
¿abrazas a alguien en el parque?
¿expones lingüística en la clase?
¿juegas con tu flota a la bola?
¿cómo se oyen otras palabras en tu boca?, distinta a la nuestra: nuestra confidente, nuestra eterna y para siempre hola.









ELLA

Mario enrique sánchez



Ella es precisamente eso que pensé
antes de escribir esto.
Es delicada, exquisitamente hermosa,
insoportablemente bella;
es delgada, de piel tersa,
de manos de ámbar,
ojos de miel y dientes escarlata.
Es sublime su voz que canta,
y como dice Salomón:
su cabeza la adornan
rebaños de cabras.
Su sonrisa es un corazón
expandido horizontalmente
que no coincidió con mi boca,
sí con mis mejillas, sí con mis oídos,
también con mi frente.
Hace ya años que esta imagen,
este nombre de cinco letras
está conmigo aunque distante.
Ella es mi cercana lejanía,
mi cercanía lejana,
el amor del ayer,
la utopía del mañana,
el azul con amarillo
que quizá en su ventana
vea yo su guitarra colgada,
cada navidad…
una sola madrugada.
De todos los del año,
¿hay algún día que pienses en mí,
amor de mi alma...
en mis poemas de amor,
en mi desesperación amarga,
en mi beso frustrado,
en mis cuitas penadas,
en mi triste figura,
en mis ojos que te aman?
¿Qué sortilegio insano
has creado en mi mente?
 que no te puedo olvidar
muchacha alocada,
terapeuta sonriente,
 quisiera estar loco
para ser tu paciente
y que mi psicóloga cure
 el amor que padezco
por la mujer que me atiende.
Mejor será morir
adivinando mi muerte,
pensando ser yo
tu prestidigitador sin suerte,
creyéndote cerca de mi cuerpo inerte
 derramando una lágrima
 porque sucumbe un paciente,
 porque nunca en mis brazos
 amaneciste para verte,
 porque morí en la espera
 y preguntándome siempre
¿por qué no me amaste?
 amoroso tormento…
amargo placer ardiente.




EL CATORCE DE MARZO
Versos a mi madre




Bendito catorce de marzo
aquel que te vio nacer.
Cuéntame madre el ayer,
recostado en tu regazo.

Háblame del primer paso
que me animaste a dar,
cuando me llevaste a pasear,
aquel catorce de marzo.

Cuéntame de tu madre:
¿Cómo te enseñó a rezar?
¿Cómo aprendiste a cantar
causando con tu voz alarde?

Háblame de tus hijos:
del niño que te dejó
¿recuerdas cuándo murió
dejando tus ojos fijos?

Cuéntame de ti mamá:
cuatro letras son tu nombre,
confía en este pobre hombre…
tenme confianza mamá.










Platícame de Tecoanapa:
cuando ibas al río a lavar,
¿quién te enseñó a cocinar
ese rico bistec con papas?

Háblame de los abuelos,
cuéntame tus disfrutes,
de las cosas que ya supe:
tus sueños y tus anhelos.

Anda cuéntame mamá,
que soy yo quien más te ama,
 anda acuéstame en tu cama,
anda arrúllame mamá.

Sé que te hiciste mamá
aquel dieciocho de octubre,
y tu plenitud la cubre
el siete de enero quizá.

Mil besos y mil abrazos,
son mi cheque al portador,
para ti mi gran amor,
Mujer del catorce de marzo.



MELANCOLÍA



Melancolía, espera…
aun no cierres la puerta
que no me he ido.
Espera, no lo hagas,
que aun no me he despedido de tus labios,
amor mío.
Sé que es tonto quedarme,
que ya tienes sueño,
pero en cada bostezo tuyo,
recuerdo con más fuerzas que te quiero.

Que ya es tarde, ¡cierto!
Que te asfixia el desvelo,
que tienes que dormir, ¡lo entiendo!
¿Pero qué puedo hacer mi Vida?
Si me muero sin oler tu pelo,
si me enloquecen tus ojos de ensueño,
tus mejillas sonrojadas,
las perlas de tu boca,
que manda el coqueto humo de cigarro,
a nuestros cómplices…
la noche negra y el hermoso cielo.

Espera… Melancolía…
No me eches de tu lado,
porque desde que te conocí
no puedo dormir tranquilo,
porque sueño tu fino encanto,
porque he dejado de comer,
porque me duele estar lejos,
porque lloro sin oír tu acento.
Siento que palpita tu voz en mi pecho,
y  pienso en tu gruñón esposo, El Malestar,
que me llena de celos,
que me hacen daño,
creyéndote en sus besos,
tu cintura en sus brazos,
y muy cerca, aunque distante,
su aliento de tu aliento.
Yo no hago más que recordar llorando,
pensando que te quiero,
faltando a las costumbres
que frenan mis deseos.

Regálame otra navidad de brujería,
un abrazo aunque no sea año nuevo,
tu voz sin que sea mi cumpleaños,
una sonrisa tuya, que sea mía,
o el beso ajeno que tanto quiero.



Vida… espera…
 No te vayas, sígueme leyendo,
no tomes tu viejo vehículo
y tu comitiva de cucarachas,
como aquella Bruja…
No me dejes…







Dame una naranjada
para entender las Matemáticas.
Háblame de lo que quieras:
de tus tenis deshilachados,
de las corridas de toros,
de las peleas de gallos,
de las razas de perros,
pero no te vayas…
Que no soporto la espera sin tu cuerpo,
y seguir estúpidamente vivo…
sin ti muriendo.












                                                                                                       












AL MAESTRO MENDOZA

Mario Enrique Sánchez R.

“En este humilde panteón,
se respira la igualdad,
aquí ya no hay ambición,
sólo la muerte es verdad”

A J. Concepción Mendoza Espinosa

Al maestro Mendoza, prestidigitador eterno de los años,
crudo, sincero, en alardes, en virtudes, y en desengaños,
honrado con un busto que lo custodia por los daños,
que un parnaso en Tecoanapa, le ofrece al maestro con agrado.

Tu vida fue siempre esa, erudito de las letras:
Un poema de amor, un canto a la vida,
una fábula con moraleja,
una novela digna de ser contada,
un cuento mítico, que después de muerto,
aún sigue vigente entre las aulas.

De noble labor, maestro Concepción.
¿Dónde estás que no te veo?
bigote campirano, frente surcada,
pelo cano, nariz de fauno,
tinta pródiga de amargos y dulces desengaños.
hijo predilecto de Tecoanapa,
¿dónde estás que no te veo, poeta de pelo cano?

Pero miento profesor… te he visto después de muerto…
con tu brazos cruzados tras la espalda.
Ayer te encontré en la plaza
hasta el amanecer viendo Las danzas,
coincidimos haciendo cola en las tortillas,
también nos saludamos cuando fuiste por tamales con tía Pilla,
y cuando le encargaste a tío Lupe que fuese a cuidar tu milpa.
Ayer te vi con tu guitarra cantándole a las musas,
con Rigoberto entre tus piernas,
y enseñando a leer a Elvia y a Paquilla.

Si aquel pueblo hablara profe Chón,
Nos contaría cómo después de casado
seguías enamorando con poesía a tu esposa amada.
Te hablaría de Mauro y de Luciana.
Te recordaría a Gadito, perdido entre las aguas,
lo cual te trae nostalgia…
pero Norma y Blanquita borran con juegos y carcajadas.
Si el tiempo volviera profe Chón…
besarías a Irami y a Bedelia
y les dirías que aunque ya no estés en cuerpo,
con ellas está tu alma.
Volverías a cargar a Tuci entre tus hombros,
que llora porque Quide lo ha deja solo
para ir en busca de otras mañas.

Ofrecerías igual tu regazo a tu esposa Salu,
a Marbella, tu hija amada,
que iluminó igual que los demás,
tu gran existencia en alborada.

Me pregunto ilusamente, si algún día fuiste joven:
si te emborrachaste, si ese pelo y bigote blanco
algún día fue de otro color, si tuviste otros amores,
si algún día te moriste, y no estuve presente,
para no verte sucumbir ante la muerte,
porque te siento vivo, triunfante como siempre.
No te imagino inerte, sin moverte,
inútil, torpe, sin resistirte a la muerte.
¿Qué voy hacer sin tus consejos en vacaciones,
en navidad y en semana santa?
¿quién aplaudirá mis versos y regañará mis faltas?
¿quién cómo tú, para que no me duela,
y sienta yo que son como clases de la escuela?...

Dónde te fuiste para irte a buscar…

Allí estás bien Maestro Mendoza
para no vernos sufrir ante tu ausencia
Allí estás bien bajo el suelo y la maleza,
rindiendo honor a la Santa Madre Tierra.
Allí estás bien enseñando a vivir a los muertos.
Allí estás bien, mirando al mundo, a tu gente, a tu pueblo…
de quien fuiste y eres, orgullo e hijo predilecto.



























PIEL CAMPESINA DE COBRE
A Guadalupe Mendoza Irineo

Mario Enrique Sánchez, en Apuntes literarios “Si el tiempo pudiera volver”




¿Quién es el hombre, aquél de paso lento
Pantalón a la rodilla que va al río
ese anciano que sonríe con brío,
ése mismo, que del odio queda exento?

Cirilo Mendoza y mamá Cata
dieron vida a un Gallo Fino,
piel de cobre, olor de pino,
semblante humilde y nariz chata.

Guadalupe Mendoza Irineo
siempre vivirás en mi memoria.
Recordaré con anhelo tus historias,
incansable enamorado en apogeo.

Hasta pronto Chavo, cabecita de algodón,
frente surcada, mentón austero,
amigo amable, gentil consejero…
aún llora por ti mi corazón.




Elocuentes tus dichos, mi viejito,
que a mí tanto me enseñaron,
y enorme sabiduría guardaron
tus grandes evangelios chiquitos.

Me dijeron que moriste barbón
cuando lampiño en vida fuiste,
aunque humilde, siempre reíste,
recordando a Tecoanapa y al Limón.

Te quedaste en tierra ajena,
y Tecoanapa entristeció,
 pueblo que siempre te acogió,
 y vio tu muerte con gran pena.

Siempre viviste pobre,
con gran riqueza espiritual…
adiós viejo, hombre leal,
piel campesina de cobre.







 ENCANTO DE TECOANAPA



Quiero ser como tus calles:
tapizadas de oro y plata.
Quiero ser como tú eres
Mi querido Tecoanapa.
Quiero ser como tu gente
vestido de mojiganga.
Sublime como tú eres
alto como tus palapas.
Excelso en tus cantares,
amor como el que tú atas,
Rojo como tus Chareos,
alegre como tus andanzas.
Bello como tus cazuelas
las que en el cerro te bañan,
límpido como la Peña,
cristalino como sus aguas.
Estoico en el jaripeo,
con los machos de las vacas.
Enamorando a tus doncellas,
encanto de Tecoanapa.
Me alegran tus tradiciones,
me enamora tu fina estampa
quiero ser como tu tierra,
que a ilustres hombres guarda.


Y vestirme de mulita,
de tlacololero con riata,
o de aquel mañoso tigre
que el tirador y el perro matan.
Quiero bailar en tus fiestas
y beber en tu ramada,
venerar a san José
y a la virgen consagrada.
Poema de mis amores,
amado tigre en barranca,
bañado en la poza del cura,
recordando tus hazañas,
caminado por la bomba
donde recuerdos me atrapan,
llegando a la poza del gato
donde sus aguas me bañan.
Novios hay en tu kiosko,
alumnos en tus tres primarias,
en tus dos jardines de niños
y en esas tus dos secundarias.
Tu preapa y tu C.B.T’a,
instituciones preparadas
para llevarte pueblo mío
al paraíso de de las hadas.
















La mujer de ojos claros
Mario Enrique Sánchez
Todo el tiempo estoy pensando en ella. 
Algún día le escribiré el poema más hermoso del mundo 
aunque ella no se dé ni cuenta.
Algún día la llamaré por su nombre y le diré que la amo.
Esto sucederá antes que muera. Antes que yo ya no exista.
La mujer que viste de negro sabrá que la quiero.
La mujer de ojos bonitos, la mujer de ojos claros,
La mujer que me ha encantado, la mujer que vela mis sueños,
Es la mujer que yo amo, es la mujer por quien vivo y por quien trabajo.
La mujer a quien yo amo. Es la mujer que viste de negro. 
Es la mujer de ojos claros...


CUESTIÓN DE TIEMPO
Mario Enrique Sánchez
Sólo es cuestión de tiempo
Saber que ya te he perdido,
Que ya no estás más conmigo…
Si es que algún día estuviste.
Sólo es cuestión de pensarte
Como algo que fue bonito
Y no eso que he descubierto
Y que me mató el encanto.
Dónde quedaron tus ojos
Llenos de amor y dulzura.
Dónde se fueron tus manos
Que me llenaron de ternura.
Sólo es cuestión de saber
Que tú nunca exististe,
Que te idealicé de más
Que todo fue un sueño insano.
Yo quisiera gritar tu nombre
En mi soledad infinita
Y escuchar que me respondan
Los que a ti te glorifican.
Cuán ciegos somos los hombres,
Cuán tontos y desgraciados,
Que por darle sentido a la vida
Nosotros mismos nos engañamos.
Sólo es cuestión de tiempo,
Sólo es cuestión de vida.
¿A dónde se fue Mi Cielo?
¿A dónde se fue Mi Niña?
Su cintura me mintió
Como lo hizo toda ella. 
Sus ojos supieron darme
La más dulce de las mentiras.
Y esos lindos labios rojos
Que a mí tanto me besaron,
Hoy tienen otro a su lado.
Hoy son ajenos y extraños.
Y ese cabello hermoso
Que deleitaron mis manos,
Que me llenaron de dicha,
Que me llenaron de encanto.
Sólo es cuestión de saber
Que fue una hermosa mentira,
Que gracias a esa mujer
Yo volví a vivir la vida.
En mi triste soledad
Y en mi larga añoranza
Si la he insultado me perdone
Quien representó mi esperanza.
Dónde te fuiste Bonita
A quién le das tus embelesos,
A quién le dices lo que a mí
Me dijiste con tus besos.
Sólo es cuestión de saber
Que toda tú eres mentira,
Que ni el dolor que te embarga
Te fortalece en la vida.
Que me perdones te pido
Por hablarte con franqueza,
Que ojalá ya no mientas
Que encuentres la fortaleza.
Sólo es cuestión de saber,
De saber y darme cuenta
Que Tú nunca exististe…
Que toda Tú eres mentira.



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